Rapture (Ángeles Caídos 4) - J.R. Ward

—Vamos Monty, tienes que darme algo.
A diferencia de otros reporteros en la escena del motel, Mels no estaba pegada contra la línea de policía frente a la habitación abierta. Estaba sobre el extremo más alejado, parada junto a su viejo amigo Monty ‘el bocón’ bajo la niebla que había caído. Monty era un policía decente, pero lo que lo hacía realmente útil era su ego. Adoraba compartir solo para probar que podía, pero eso no lo hacía manejable.
Esta noche la diferencia era que esta era su propia historia. No estaría en segundo plano esperando reunirse con alguien más.
Mels se inclinó sobre la cinta. —Sé que sabes que está pasando.
Monty subió más alto su cinturón sobre su estomago, y se pasó una mano sobre su pelo, peinado hacia atrás con gel. Parecía de otra era: un corte de pelo a rape en su cabeza, una Tootsie Pop y que tenía la serie Kojak en el siglo veintiuno.
—Sí, fui uno de los primeros en llegar. Tú sabes, en la planta baja.
El problema con Monty era que te hacía batallar por lo que querías. —¿Hace cuánto fuiste llamado?
—Hace dos horas. El administrador marcó el novecientos once y fui el primero en responder. El tipo que rentó la habitación solo la quería por una hora alrededor de las cinco, pero en la recepción no se dieron cuenta que no había registrado su salida hasta las nueve. Toqué a la puerta. No hubo respuesta. El administrador usó su llave, y hola.
—¿Qué crees tú que pasó? —Era importante utilizar el pronombre tú.
—Ella era una prostituta conocida, así que hay tres posibilidades.
Después de una pausa, ella llenó el silencio, como se suponía que hiciera. —Proxeneta, desconocido que utiliza prostitutas, novio celoso.
—Nada mal. Nada mal. —Volvió a levantar ese cinturón—. La entrada no fue forzada. Claramente hubo una lucha dado que su ropa estaba hecha un desastre. Pero no todo era blue alley.
“Blue alley” era una referencia al vestíbulo donde generaciones de policías dejaban perpetradores detenidos para que fueran admitidos en el cuartel general. Con el tiempo, el término se codificó por si mismo para significar nada inusual o inesperado cuando los criminales estaban involucrados.
—¿Y la sorpresa fue…?
Monty se agachó, como si fuera un secreto de estado. —Ella se había pintado el cabello. Por alguna razón, eso había sido parte de la cita. Largo y rubio era como estaba. Y luego él la mató.
—¿Cómo sabes que fue un ‘él’?
Monty le echó una mirada de sí-claro. —Y no, no puedo darte el nombre de ella—no se ha dicho todavía porque estamos buscando a la familia. Pero sé quién es, y era afortunada de haber vivido durante los dos últimos años. Su archivo es largo y hay violencia registrada—con ella como el agresor.
—Ok, bueno, ¿me llamarás si puedes decirme algo más? Nunca nombro mis fuentes—tú lo sabes.
—Sí, tú eres buena para eso, pero sin ofender, no ponen tu nombre en los artículos muy seguido. Hey, ¿podrías arreglarme un encuentro con tu amigo Tony? Él está usualmente en esas tocadas.
En ese momento, no respetaba a Monty en lo absoluto, y no porque no estuviera impresionado con su falta de credenciales en el CCJ. Maldita sea, él no era una estrella de rock, y esto no era un concierto, y por el amor de Dios, ¿podría parar por favor de levantar ese cinturón? Esto era una escena del crimen y estaba muerta la hija o la hermana y tal vez novia o esposa de alguien en ese baño.
Él podría al menos sentirse incómodo y ligeramente sucio por el intercambio de información. Como lo hacía ella.
—Dick me asignó esto, —dijo.
—¿De verdad? Hey, quizás estás ascendiendo. Y si, te llamaré mientras mantienes mi nombre fuera de ello.
—Lo prometo.
—Hablamos después. —Asintió con la cabeza hacia un lado, despidiéndola—. Y asegúrate de contestar tu teléfono cuando te llame—tengo un presentimiento sobre esto.
Levantó el aparato. —Siempre lo hago.
Mientras se alejaba, se alcanzó la parte de atrás del cuello, los pelos se le pararon de punta en la nuca. Mirando alrededor, solo vio personas que tenían un propósito: Policías. Detectives. Una fotógrafa andando a zancadas junto a la línea amarilla como si estuviera cabreada. Había también dos equipos de noticias al otro lado del estacionamiento, uno de los cuales estaba transmitiendo en directo, la luz súper brillante ponía en escenario al reportero de cabello oscuro mientras filmaban.
Mels giró completamente para el otro lado. Sobó su cuello un poco más.
Hombre, esta neblina era espeluznante.
Mirando su reloj, tecleó en su teléfono y pulsó enviar. Cuando la llamada fue contestada, ahuecó una mano alrededor de su boca. —¿Mamá? Hola, soy yo. Escucha, sé que dije que llegaría temprano a casa, pero todavía estoy en el trabajo. ¿Qué? Lo siento, no puedo oir—ok, volviste. Sí, estoy—oh, no, no te preocupes. Estoy con la mitad del CPD… —Probablemente no era lo mejor que pudo haber dicho—. No, estoy bien mamá. Sí, es un homicidio, pero es un gran caso, y estoy contenta de que Dick me lo diera. Sí, lo prometo. Ok—síp, ok, oye, tengo que irme—tocaré en tu puerta en cuanto llegue a casa.
Mientras colgaba, no creía que eso fuera a suceder pronto—y estaba preparada para esperar por algo sin importar cuánto tardara. El cuerpo necesitaría ser fotografiado, los del CSI vendrían también a hacer su trabajo, y luego la víctima sería finalmente removida.
Mels iba a quedarse hasta que el CPD la empaquetara y los presentadores de televisión se fueran a casa, y cualquier otro reportero se rindiera.
Yendo hacia el auto de Tony, le envió un mensaje de texto para informarle del hecho de que todavía iba a necesitar su vehículo—y por eso iba a invitarlo a comer mañana así como iría a recogerlo a las ocho y media de camino hacia el periódico.
Luego se envolvió bien en su abrigo y se recargó contra el parachoques delantero del auto de su colega.
Inmediatamente, se puso rígida de nuevo y miró hacia atrás. Nada más que lámparas de calle en los límites más alejados del voluminoso estacionamiento del motel. Ningún destripador acechándola, de hecho, nadie en lo absoluto.
Entonces, ¿por qué demonios creía que estaba siendo observada?
Masajeándose las sienes, se preguntó si la paranoia de Matthias se le estaría pegando. O quizá era más como si lo que había sucedido en esa cama le hubiera revuelto el cerebro.
Podría decirse lo que fuera acerca de que él no recordaba muchas cosas, pero el hombre seguro como el infierno que sabía que hacer con su boca…
Por otro lado, no podía creer que eso hubiera sucedido. Ella nunca se involucraba en encuentros casuales, incluso en la universidad—pero si Matthias no los hubiera detenido, probablemente hubiera permitido dejar correr las cosas a una conclusión desnuda de forma natural.
Sinvergüenza. Especialmente porque sabía que lo haría de nuevo.
Si se le presentaba la oportunidad.

Ω

Inmóviles en el pasillo del sótano del Marriott, con Jim Heron cubriéndolo por completo, Matthias se sentía como un boxeador. Y no como lo eran Muhammad Ali o George Foreman. Sino como su compañero de pelea inconciente, los tipos con quienes los boxeadores de verdad entrenaban en el gimnasio antes de sacarles la mierda a personas dignas de sus habilidades: tenía el arma vacía y en su muslo, la caja torácica jadeante, la cabeza le daba vueltas, lo habían batido hasta la mierda con toda esa corredera, y corriendo hacia cosas. Sin embargo, no creía que le hubieran dado un tiro.
A alguien sí. El olor a sangre fresca flotaba hacia ellos, y había un sonido de goteo que sugería que una tubería tenía una fuga—y probablemente no era de algo relacionado con el sistema de plomería del hotel.
—Quédate aquí, —ordenó Jim.
¿Cómo si fuera una chica? —Jódete.
Juntos, avanzaron hacia el tirador incapacitado, con Jim al frente porque podía ir un poco más rápido.
Justo dentro de las puertas por las que habían irrumpido, un hombre de negro, con la ropa ajustada, estaba tumbado sobre su espalda, los ojos fijos y dilatados en el más allá. Su garganta había sido rebanada justo bajo la mandíbula, las arterias y venas no tenían muescas, pero estaban separadas con una rajada limpia.
—Desagradable, —farfulló Matthias, mirando alrededor y preguntándose por la limpieza—y quién demonios había sido su salvador.
Mientras consideraba los pros y las contras de varias técnicas de desaparición de cuerpos, estaba débilmente consciente de que estaba totalmente sin inmutarse por la muerte, el cuerpo, la violencia de haber estado cerca de morir por un disparo: esto eran sólo negocios como de costumbre, nada pesando en su mente sino la practicidad de no querer a la policía involucrada.
Así era como había vivido, pensó. Esta era su zona.
Recargado en su bastón, se agachó hasta ponerse en cuclillas, una rodilla le tronó como si fuera una rama de árbol. —¿Tienes carro?
—No conmigo, pero puedo manejar esto. Hazme un favor y…
Matthias empezó a trabajar sobre el cuerpo, cacheándolo, quitándole más municiones, un cuchillo y otra arma.
—Oooooook, —dijo Jim secamente—. Voy a asomarme afuera y ver si todo está despejado.
—Así que tú tampoco sabes quién fue nuestro buen samaritano.
—No.
La puerta de acero chirrió otra vez cuando Jim la abrió, y por un instante, Matthias se paralizó de miedo, el terror congeló su cuerpo desde su corazón hasta sus talones. Con los ojos yendo hacia los lados, vio las sombras en el oscuro corredor, esperando que brincaran y se le pegaran.
Nada se movió.
Refunfuñando bajo su aliento, volvió a concentrarse y arrancó la camisa del hombre. El chaleco Kevlar tenía al menos un disparo—así que Jim y él no habían desperdiciado todo su plomo. No traía teléfono celular. Y asumiendo que Jim no saliera a una lluvia de balas, parecía que no había alguien esperando en los alrededores para respaldar a este soldado.
Echándose hacia atrás, evaluó las puertas de acero. En el centro, alrededor del mecanismo de cierre, había una marca de quemadura por explosión donde el atacante ahora muerto había volado la mierda con algún tipo de bomba de bolsillo…
En un repentino estallido, Matthias recordó sus propias manos en un detonador, se vio a si mismo digitando un AEI con enfoque vertical. Había preparado la cosa para él mismo, la combinación de electrónicos y explosivos potenciales eran una estrategia de salida cuidadosamente construida…
Jim estaba equivocado. No se había odiado a si mismo o en lo que se había convertido. Solo se había sentido agotado de ser lo que era.
Y eso había sido…
El dolor de cabeza llegó fuerte, como si su cerebro tuviera el equivalente de un calambre muscular, el dolor dejando su pizarra cognitiva limpia, sus recuerdos bloqueados por la agonía.
Mierda, quería acceso a lo que estaba escondido, pero no podía permitirse quedarse atascado, indefenso y agachado entumecido.
Mirando abajo hacia la cara del muerto, se forzó a si mismo a olvidarse de la amnesia y fijarse en el cambio de color en la piel del tipo, la tez rubicunda por el esfuerzo drenada y siendo remplazada por un gris opaco. Siguiendo el proceso de descomposición, concentrándose en eso y sólo eso, se arrastró a si mismo de nuevo a la realidad.
—¿Te conozco? —le preguntó a los restos.
Parte de él estaba convencido de que lo hacía. La cara era de un tipo blanco joven, delgado por no tener grasa corporal, piel pálida por falta de sol, como si hubiera estado acostumbrado a trabajar de noche. Por otra parte, ¿cuántos millones de caucásicos a mediados de los veinte había allí afuera?
No, pensó, conocía a este chico de algún lado.
De hecho, tenía la sensación de que había escogido al hijo de puta.
¿Había estado reclutando? ¿Para el ejército?
Jim regresó al corredor, cerró la puerta y se recargó en ella, cruzando los brazos sobre su pecho y luciendo como si quisiera golpear una pared.
—¿Está despejado? —exigió Matthias.
—Más o menos.
Abruptamente, se percató de los hoyos en la camisa de Heron. —Buena cosa que vistieras un chaleco también.
—¿Qué?
Matthias frunció el ceño. —Te han disparado…
De golpe, su cerebro captó otro momento del pasado: los vio a ambos en un cuarto de acero inoxidable, un cuerpo frío sobre una losa entre ellos, un arma levantada, un gatillo siendo jalado… hacia el maldito Heron. Por él.
—Te disparé en una morgue, —exhaló Matthias—. Te disparé… justo en el pecho.

En el momento preciso, pensó Jim mientras Matthias lo miraba como si le hubiera salido un cuerno en medio de la frente.
Esta no era una muy buena situación para que esa memoria suya volviera: claramente, alguien de la XOps estaba tras el rastro de Matthias. Era la única explicación lógica, aunque no era esa la que estaba licuándole el cerebro.
Devina evidentemente tenía algunos ases bajo la manga.
Había venido, acuchado, y se fue. Y como la demonio nunca hacía algo que no la beneficiara, tenía que preguntarse cuánta parte del juego había sido este intento de asesinato. Tal vez ninguna, después de todo, si quería influenciar a Matthias en su encrucijada, lo necesitaba vivo para cuando fuera que esta llegara.
Y Jim obviamente no había estado haciendo un trabajo muy bueno para proteger al cabrón.
—Te disparé… —repitió Matthias.
Jim le lanzó una mirada de supéralo. —¿Quieres una medalla por ello? Te compraré una por Internet. Pero antes de que te pongas todo existencial, para eso hacen los chalecos antibalas, ¿cierto?
—No traías puesto uno. —Matthias se quitó los lentes de sol y estrechó sus ojos—. Y tampoco lo haces ahora.
—Vale, de acuerdo, estamos en un lugar público con un cuerpo sin vida lleno de balas que salieron de nuestras armas. ¿Honestamente piensas que es una buena idea ponernos a perder el tiempo y charlar?
—Lo conozco. —Matthias señaló a su atacante—. Sólo que no sé de donde.
—Mira, voy a sacar esta basura. Si fueras tan amable de llevar tu trasero de mierda de vuelta a tu habitación…
—Dime. O no voy a ningún lado.
Por un instante, Jim recordó ¡oh!, tan claramente, porqué siempre se había referido al tipo como Matthias el Cabrón.
—Bien. Eras su jefe.
—¿Qué tipo de jefe era yo exactamente?
No tenían tiempo para esto. —Sólo te diré que no uno que me gustara.
—También era tu jefe… ¿no es así? —Cuando Jim no dijo nada en respuesta, el tipo le enseñó los dientes—. ¿Por qué demonios me tienes esperando? De un modo u otro voy a descubrirlo, y todo lo que estás haciendo es cabreárme.
Mierda. Había de verdad una posibilidad real de que el tipo no se moviera, y Devina podría volver, o casi tan malo, la policía o la seguridad del hotel podrían aparecer.
—Bien —dijo Jim con brusquedad—. Temo que si lo sabes, terminarás directo en el infierno. ¿Qué tal eso?
Matthias retrocedió. —No te ves como un fanático de Jesús.
—No lo soy. Así que, ¿podemos cortar con las pendejadas y movernos?
Matthias se levantó arrastrando los pies, enganchó el bastón sobre su hombro, y se acercó a los tobillos del tipo muerto. —No evitarás el asunto para siempre.
—¿Qué demonios estás haciendo?
—Trataremos con esto juntos…
—No, no lo haremos…
El sonido de sirenas cortó la discusión, y ambos miraron hacia la puerta. Con suerte, los policías sólo pasarían por ahí, el volumen se reduciría mientras los chicos con insignias se acercaban y mantenían la mierda rodando…
Nop. Alguien había visto algo, oído algo y había llamado al 911.
Al rechinar un auto hasta detenerse en el callejón, Jim quiso tomar la salida fácil, golpear a Matthias para ponerlo en trance, esfumar al muerto, y torcer las mentes de los uniformados que estaban, en este preciso momento, saliendo de sus vehículos con linternas. Pero la mierda revuelve-mentes era difícil de hacer a más de una persona a la vez. Y prender con fuego el cadáver le diría a la DPC exactamente dónde estaban.
Con un poco de suerte, esos chicos de azul perderían algún tiempo buscando por el callejón.
—Cállate, —ladró mientras agarraba a Matthias por la cintura, lo levantaba sobre sus hombros, y empezaba a correr por el pasillo.
—Nnnnooooo mmmmeeee jooooddddaaaaaaaasssss…
La sesión de quejas se cortó, ya fuera porque Matthias se tragó su propia lengua por el brusco paseo, o porque le vino una hemorragia cerebral gracias a la mezcla de pintura. Pero maldita sea, consiguieron llegar al final del corredor de cincuenta millas, y esta vez, Jim no iba a esconder como volaba la cerradura. A punto de reventar, él...
Oh, mierda.
… corrió directo a la parte trasera de uno de los restaurantes del hotel.
La buena noticia era que parecían ser las instalaciones usadas para servir entre el desayuno y el almuerzo; el lugar era como un pueblo fantasma, los utensilios de cocina y las encimeras de acero inoxidable habían sido limpiadas y guardadas al terminar el turno. Desafortunadamente el B y E activó la alarma de seguridad, y luces rojas estaban parpadeando en todas las esquinas.
—Por aquí —dijo Matthias, señalando a un juego de puertas dobles con cortes de ventana circular en ellas—. Y bájame.
Jim descargó al tipo y salieron de nuevo, pasando por una estufa tan larga como un campo de fútbol y luego un fregadero tan grande como para bañar a un elefante. Mientras cruzaban golpeando el suelo de azulejos rojos, Jim buscaba un panel de control para el sistema de alarma, algún tipo de tablero madre, pero por supuesto no lo pondrían en medio de todo este Emeril Lagasse . Además, aún si pudiera desarmar la cosa, la señal ya había sido enviada.
Atravesando bruscamente el par de puertas abatibles, entraron en una distribución abierta de mesas cuadradas dispuestas para gente hambrienta que no aparecería de nuevo por tostadas y huevos hasta dentro de otras siete horas…
En el lado más alejado, a través de las paredes de vidrio tintado que separaban el comedor del recibidor se veía un trío de personas corriendo que debían ser personal de seguridad.
Matthias y él miraron hacia la izquierda, donde cortinas que iban del techo-al-suelo estaban descorridas para enmarcar las ventanas de estilo antiguo de doble hoja.
Sin discusión. Se abalanzaron a la única salida a la que tenían acceso. Y a favor de Matthias, no trató de jugar al héroe cuando llegaron; se detuvo un poco y permitió que Jim abriera el seguro y agarrara la manija de latón en la base del alféizar.
Puso más fuerza que sólo la de la espalda para levantarla. Hilvanando también una pequeña energía mental, la ventana se deslizó con un ¡crack! como si la estuvieran rompiendo o la hubieran pintado por encima.
Doce pies de caída hasta el pavimento.
—Joder —dijo Matthias—. Vas a tener que atraparme.
—Entendido.
En un arrebato coordinado, Jim se levantó por encima y se dejó caer en manos de la gravedad. Aterrizó firme sobre sus botas de combate y levantó los brazos. La salida de Matthias fue más tosca, sus piernas eran más difíciles de flexionar según por como se veían, pero el tipo no era estúpido. Se agarró a la ventana y la cerró hasta situarla en su lugar justo detrás de él, aún cuando su trasero apenas cabía en la cornisa.
Mientras se soltaba y se dejaba caer, su cazadora negra se agitaba detrás de él, como un paracaídas con un agujero en el.
Jim atrapó a su antiguo jefe dando un gruñido, evitando que golpeara el pavimento.
—Encontraron a nuestro amigo —dijo Matthias mientras se hacía a un lado.
Como era de esperar, lejos en el otro lado del edificio, los policías habían abierto esas puertas dobles y entrado al corredor, sus linternas brillaban hacia fuera del callejón de vez en cuando como si estuvieran haciendo barridas alrededor del asesino que goteaba.
Hora de hacerse fantasma.
Moviéndose en silencio y tan rápido como podían, ambos se dirigieron en dirección opuesta. A diferencia de los XOps, refuerzos era el nombre del juego cuando venía el Departamento de Policía de Caldwell, y como era de esperar, más sirenas empezaron a hacer eco en la noche.
Unos buenos cuarenta y cinco metros después, Matthias y él se detuvieron en la otra esquina del hotel, echaron un vistazo, y luego salieron del callejón, tan tranquilos como agua congelada.
—Quítate los lentes de sol —dijo Jim mientras se enfocaba en la acera del frente.
—Ya lo hice.
Jim miró de reojo a su antiguo jefe. El hombre tenía la barbilla levantada y sus ojos veían hacia el frente. Sus labios estaban ligeramente partidos y estaba respirando como un tren de transporte, pero no podrías saberlo si no estabas buscando señales de hipoxia .
Tanto como cualquiera podía decir, eran solo dos desconocidos dando un paseo, sin relación con alguna rareza.
Jim tuvo una absurda urgencia de decirle a su antiguo jefe que el bastardo había hecho un buen trabajo. Pero eso era ridículo. Ambos habían sido entrenados por el mismo sargento de instrucción, habían pasado años haciendo ejercicios de técnicas evasivas lado a lado, que habían tenido algunas variaciones de este preciso escenario.
Para cuando entraron en la recepción, Matthias respiraba normalmente.
Fueron sin decir que el tipo continuaría hospedándose en el Marriott. Ahora que el atentado se había efectuado, y no había terminado muerto, pero con las insignias doradas involucradas, el segundo intento sería más difícil y peligroso, al menos por el siguiente par de días.
Además, habían tenido un paseo por la cocina. Muy profesional.
Deberían avergonzarse de no haber probado la comida.

Ω

La tenacidad de Mels dio frutos… de forma lamentable.
El equipo de noticias se fue después de medianoche, y luego los policías empezaron a reducirse. Incluso Monty se fue antes que ella. Finalmente, quedaban los investigadores de la escena del crimen, dos detectives y ella.
La línea amarilla de la cinta de policía había ido recortándose y recortándose a medida que el personal se reducía y ella se había ido acercando y acercando a la puerta abierta de la habitación. Así que cuando llegó el momento de remover a la víctima, tuvo una clara vista del proceso. Dos hombres llegaron con una bolsa negra para cadáveres, y dada la naturaleza reducida del baño en el que la mujer había sido asesinada, tuvieron que poner la cosa extendida sobre la alfombra y cargar a la chica hacia afuera para tenderla sobre ella.
Esa pobre chica.
—Sí, es terrible.
Mels giró alrededor, no había sido consciente de haber hablado en voz alta. Un tipo alto, de apariencia escalofriante estaba detrás de ella, el típico matón con piercings en la cara y una chamarra negra de motociclista. Excepto que su expresión mostraba un corazón roto y eso cambió inmediatamente su opinión perjudicial sobre él. No estaba enfocado en ella; estaba viendo a la chica muerta cuyos miembros sin vida estaban siendo acomodados a sus lados antes de que el cierre la desapareciera dentro de los pliegues negros del plástico grueso.
Mels regresó a la escena. —Lo lamento tanto por su padre.
—¿Lo conoces?
—No. Aunque puedo imaginarlo. —¿Pensándolo bien, tal vez al tipo no le importara una mierda y esa había sido parte de la razón por la que ella se había enganchado en la vida?—. Es sólo que… ella fue un bebé una vez. Tuvo que haber tenido algo de inocencia en algún momento.
—Se esperaría.
La curiosidad la hizo medirlo de nuevo. —¿Eres un huésped del hotel?
—Sólo un espectador. —El hombre exhaló con un curioso tipo de derrota—. Hombre, odio la muerte.
En ese momento, Mels pensó en su padre por alguna razón. Él también había sido removido de la escena de ese accidente de autos en una bolsa, después de que había sido cortado del asiento del conductor por las fauces de la vida.
¿Estaba en el cielo? ¿Viéndolos desde arriba? ¿O morir era realmente el tipo de cosa donde se apagaban las luces, como un auto siendo apagado o una aspiradora siendo desconectada?
No había un más allá para objetos inanimados. Así que, ¿por qué los humanos creían que su destino iba a ser diferente?
—Porque es diferente.
Miró sobre su hombro y sonrió incómoda. —No pretendía pensar en voz alta.
—Está bien. —El tipo sonrió un poco—. Y no hay nada de malo con esperar que tu muerte sea en paz o teniendo fe. De hecho, es algo bueno.
Mels volvió a enfocarse en la habitación del motel, pensando que era raro estar teniendo esta franca conversación con un extraño. —Sólo desearía saberlo con seguridad.
—Ah, pero eres una reportera. Divulgarías el secreto.
Ella rió. —¿Cómo si el Cielo y el Infierno fueran información privilegiada?
—Le atinaste. Los humanos requieren dos cosas para establecer vínculos apropiadamente: rareza y lo desconocido. Si tus seres queridos estuvieran para siempre, los darías por sentado, y si supieran con seguridad que volverán a reunirse, nunca los extrañarían. Todo es parte del plan divino.
Así que él era un fanático religioso. —Bueno, ahí lo tienes.
Se movieron hacia atrás cuando los oficiales agarraron las asas de nylon de la bolsa y empezaron a sacar a la víctima. Cuando la procesión lúgubre pasó por ahí, Mels tuvo la sensación de por qué Dick le había dado a ella ésta asignación. Chica muerta, escena horripilante, calles principales de Caldwell, blah blah blah. Él era justo el tipo de imbécil que se las cobraba por haberlo rechazado de nuevo.
Y la verdad era, que estaba sacudida, como cualquiera con consciencia estaría. Pero todavía iba a hacer su trabajo.
Inclinándose en la entrada, se dirigió al hombre a cargo. —¿Detective de la Cruz? ¿Le importaría hacer una declaración?
El detective levantó la vista de su anticuado bloc de notas Columbo. —¿Todavía estás aquí Carmichael?
—Por supuesto.
—Tu papá estaría orgulloso de ti, lo sabes.
—Gracias Detective.
Mientras De La Cruz se acercaba, no le dio ni una mirada al hombre enorme parado a su lado, pero así era él. No se inmutaba ante casi nada. —No tengo nada que decir todavía. Lo siento.
—¿No hay sospechosos?
—Sin comentarios. —Le dio un apretón en el hombro—. Saluda a tu madre de mi parte, ¿está bien?
—¿Qué hay sobre el color de cabello?
Él se despidió con la mano sobre su hombro y siguió caminando, metiéndose en un Crown Vic gris oscuro y saliendo del estacionamiento.
Cuando el último oficial cerró la puerta del cuarto, le puso seguro, y colocó el sello del DPC en su lugar, se volteó hacia el hombre detrás de ella…
Se había ido, como si nunca hubiera estado ahí.
Extraño.
Dirigiéndose al auto de Tony, podría haber jurado que todavía estaba siendo seguida, pero no había nadie cerca. Sin embargo, la sensación persistió mientras manejaba, hasta el punto en que se preguntó si la paranoia no sería un virus que podrías contraer.
Matthias ciertamente estaba alterado, pero bien podría tener una razón para estarlo.
Ella ciertamente no.
Mels tomó el camino más corto a casa, que era por calles no muy transitadas, y cuando iba pasando por el cementerio de nuevo, decidió tomar un pequeño desvío.
La casa en la que finalmente se detuvo estaba en una calle donde cada uno de los otros garajes, excepto en el de esa, tenía unas alegres linternas gemelas brillando a cada lado de la puerta.
Este rancho particular estaba sin luces adentro y afuera, era un hoyo negro entre todos los demás habitados por sus propietarios.
Alcanzando la puerta del auto, quería husmear un poco, mirar en algunas ventanas, quizá encontrar un camino sin bloquear para entrar en el garaje. Pero tan pronto como hizo contacto con la manija, sintió una ola de temor cubriéndola, segura como si todo el ambiente de alguien esta observando se hubiera fusionado en un cuco real que venía acercándose por detrás con un cuchillo.
Mels se dio un segundo para que pasara lo escalofriante, en caso de que fuera un ardor de estómago por la hamburguesa y las papas fritas en el Marriott, pero cuando la sensación permaneció en su pecho, puso el auto de nuevo en movimiento y dio la vuelta en medio de la calle.
Probablemente era la neblina que todavía estaba colgando en el aire.
Sí, era la niebla de película de asesino en serie, lo que hizo parecer la noche más oscura y más peligrosa de lo que era en realidad.
Manejando, puso el seguro de la puerta y se sujetó fuerte al volante.
No se soltó un poco hasta que se estacionó en el conocido camino de entrada de la casa de sus padres, las luces del auto de Tony pasando arriba y sobre el frente de la Cape Cod en la que había crecido.
Por alguna razón, se fijó en los postigos del segundo piso. Aquellos fuera de la buhardilla de su habitación.
Su padre los había arreglado cuando ella había tenido diez años: después de que una tormenta llegara y los arrancara, había conseguido una brillante escalera de aluminio y jalado hacia arriba las viejas y pesadas cosas de madera, equilibrándolas en los aleros, volviendo a atornillar los puntales, haciéndolo todo bien.
Ella había sujetado la base de la escalera, sólo porque había querido ser parte de ello. No había estado preocupada por que se cayera. Él había sido Superman ese día.
De hecho, todos los días.
Pensó en ese extraño en el motel, aquel con las predicaciones y los piercings. Quizá él había tenido razón acerca de la rareza y cosas garantizadas cuando se trataba de algunas personas. Pero para ella, si supiera con seguridad que su padre estaba bien, en realidad encontraría una medida de paz para si misma.
Que gracioso, no se había percatado hasta esta noche que probablemente necesitaba eso.
Así y todo, desde su muerte… se había prometido no involucrarse mucho.
Sólo era muy doloroso.