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El camino de las Sombras - Trilogía El Ángel de la Noche

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Mensaje por Pamee Lun Dic 20, 2010 7:12 pm


El camino de las Sombras - Trilogía El Ángel de la Noche Wayofshadows



Para Durzo Blint, el asesinato es un arte. Y él es el artista más destacado de la ciudad, su talento requiere de callejones hasta elegantes salones.
Para Azoth, la supervivencia es precaria. Algo que nunca se da por sentado. Como un rata de hermandad, creció en los barrios pobres, y aprendió de la manera difícil a juzgar a las personas rápidamente… y a asumir riesgos. Riesgos como hacerse aprendiz de Durzo Blint.
Pero para ser aceptado, Azoth debe darle la espalda a su antigua vida y abrazar su nueva identidad y nombre. Como Kylar Stern, debe aprender a navegar en el mundo de los asesinos de la política peligrosa y magia extraña… y cultivar un instinto de muerte.


Última edición por Pamee el Lun Ene 03, 2011 1:16 pm, editado 1 vez
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Mensaje por Pamee Lun Dic 20, 2010 7:53 pm


1



Azoth estaba agachado en el callejón y el lodo frío se le metía entre los dedos de los pies. Tenía la vista puesta en el estrecho hueco que había entre la pared y el suelo, e intentaba armarse de valor.
Aún faltaban horas para que amaneciera y la taberna estaba vacía.
En casi todos los tugurios de la ciudad el suelo era de tierra, pero esa parte de las Madrigueras estaba construida sobre terreno pantanoso y, como ni siquiera un borracho quiere beber con fango hasta los tobillos, habían elevado unos centímetros la taberna sobre unos pilares de madera y habían entarimado el suelo con cañas grandes de bambú.
A veces se colaban monedas por las rendijas entre las cañas, y aquel espacio entre el bambú y la tierra era tan estrecho que pocos podían arrastrarse por él para recogerlas. Los mayores de la hermandad eran demasiado corpulentos y los pequeños tenían demasiado miedo para adentrarse en aquella oscuridad asfixiante, compartida con arañas, cucarachas, ratas y el perverso gato semisalvaje del dueño. Lo peor era que las cañas de bambú se combaban y presionaban contra la espalda cuando los parroquianos caminaban encima. Durante un año había sido el lugar favorito de Azoth, pero ya no era tan pequeño como antes. La última vez se había quedado atascado, y pasó varias horas aterrado hasta que una lluvia providencial reblandeció la tierra lo suficiente para que pudiera salir escarbando.
Esa noche había barro, no llegarían más clientes y Azoth había visto irse al gato. En principio no deberían surgir problemas. Además, debía pagar la cuota de la hermandad a Rata el día siguiente, y no tenía los cuatro cobres, ni siquiera uno, así que no había otra elección. Rata no era comprensivo ni consciente de su propia fuerza. Sus palizas habían matado a más de un pequeño.
Apartó el barro a los lados y se tumbó boca abajo. La tierra mojada le empapó la túnica, fina y mugrienta, al instante. Tendría que trabajar rápido. Estaba en los huesos y, si se resfriaba, ya podía ir despidiéndose de este mundo.
Empezó a arrastrarse a toda prisa por la oscuridad en busca del brillo delator del metal. La taberna aún tenía un par de lámparas encendidas, y la luz se filtraba por las rendijas del suelo de bambú, dibujando extraños rectángulos sobre el lodo y el agua estancada.
La niebla espesa del pantano ascendía por los haces de luz y volvía a caer. Las telarañas se rompían al pegarse a la cara de Azoth. De repente notó un cosquilleo en la nuca.
Se quedó inmóvil. Nada, imaginaciones suyas. Exhaló despacio.
Avistó un destello, y cogió su primera moneda de cobre. Reptó hasta la viga de pino mal desbastada bajo la cual se había quedado atrapado la vez anterior y escarbó debajo hasta que el agujero se llenó de agua. Aun así, quedaba tan poco espacio que tuvo que ladear la cabeza. Contuvo el aliento, hundió la cara en el agua fangosa y comenzó a reptar.
Logró pasar la cabeza y los hombros por debajo de la viga, pero entonces un tocón de rama mal pulido se le enganchó en la túnica, rasgó la tela y se le clavó en la espalda. Estuvo a punto de gritar, pero se alegró al instante de no haberlo hecho. Por un resquicio más ancho entre las cañas de bambú, divisó a un hombre que bebía sentado a la barra. En las Madrigueras tenías que aprender a juzgar a primera vista. Aunque se tuviesen unas manos tan ligeras como las de Azoth, cuando se robaba a diario era inevitable que tarde o temprano te pillaran. Todos los mercaderes zurraban a los ratas de las hermandades cuando intentaban robarles; era la única forma de conservar algo de género que vender. El truco era escoger a los comerciantes que se limitaban a darte unas bofetadas para que no probases suerte con su puesto la próxima vez; otros propinaban tales palizas que ya no había próxima vez. Azoth creyó ver algo bondadoso, triste y solitario en aquel personaje desgarbado.
Debía de tener unos treinta años, llevaba una barba rubia desaliñada y una espada enorme al cinto.
—¿Cómo has podido abandonarme?—murmuró el hombre en voz tan baja que Azoth apenas pudo distinguir las palabras. Sostenía una jarra con la mano izquierda y algo en la palma derecha que Azoth no alcanzó a ver—. Después de todos estos años sirviéndote, ¿cómo me abandonas ahora? ¿Es por Vonda? Azoth notó un picor en la pantorrilla. No hizo caso. Solo eran imaginaciones suyas otra vez. Estiró el brazo hacia atrás para desenganchar la túnica. Tenía que encontrar sus monedas y largarse de allí.
Algo pesado cayó sobre el entarimado de bambú, justo encima de Azoth. Las cañas se combaron, le hundieron la cara en el charco y se le cortó la respiración. Intentó coger aire y estuvo a punto de tragar agua.
—Vaya, vaya, Durzo Blint, eres una caja de sorpresas—dijo el peso que Azoth tenía encima. Por las rendijas entre las cañas no podía ver al recién llegado, tan solo una daga desenvainada. Debía de haberse dejado caer desde las vigas del techo—. Oye, que a mí me parece estupendo que no te dejes chantajear, pero tendrías que haber visto a Vonda cuando comprendió que no irías a salvarla.
Casi se me saltan las lágrimas.
El hombre desgarbado se volvió en su taburete. Habló con voz lenta y cascada:
—Esta noche he matado a seis hombres. ¿Seguro que quieres que sean siete?
Azoth empezó a comprenderlo. El hombre desgarbado era el ejecutor Durzo Blint. Un ejecutor era con respecto a un asesino a sueldo lo que un tigre es con relación a un gatito. Entre los ejecutores, Durzo Blint era el mejor sin discusión. O, como decía el cabecilla de la hermandad de Azoth, por lo menos las discusiones no duraban mucho. «¿Y me había parecido que Durzo Blint era un hombre bondadoso?»
Volvió a notar un picor en la pantorrilla. No eran imaginaciones; algo se le había metido por las calzas y estaba trepándole por la pierna. Algo grande, aunque no tanto como una cucaracha. El miedo le hizo reconocer ese peso: una araña lobo blanca. Su veneno penetraba en la carne y luego iba extendiéndose en círculo. En caso de picadura, aun con los cuidados de un sanador, lo mejor que podía esperar un adulto era perder la extremidad. Un rata de hermandad no tendría tanta suerte.
—Blint, suerte tendrás si no te decapitas tú solo después de todo lo que has bebido. Solamente en el rato que llevo vigilando te has tomado...
—Ocho jarras. Y ya llevaba cuatro de antes.
Azoth siguió quieto. Si juntaba de golpe las piernas para aplastar a la araña, se oiría un chapoteo y los dos hombres se darían cuenta de que estaba allí abajo. Aunque Durzo Blint le hubiese dado la impresión de ser buena persona, aquello que llevaba era un pedazo de espada, y Azoth sabía que los adultos no eran de fiar.
—Es un farol—dijo el hombre, pero había un deje de miedo en su voz.
—Yo no me tiro faroles —replicó Durzo Blint—. ¿Por qué no invitas a entrar a tus amigos?
La araña trepó hasta la parte interior del muslo de Azoth. Temblando, se subió la túnica y tiró de la cintura de sus calzas, con la esperanza de que el animal saliese por allí.
Por encima de él, el sicario desconocido se llevó dos dedos a los labios y silbó. Azoth no vio moverse a Durzo, pero el silbido terminó en un gorgoteo y, acto seguido, un cuerpo se desplomaba en el suelo. Se oyeron gritos, y la puerta principal y la trasera se abrieron de golpe. Las cañas saltaban y se combaban. Concentrado en no sobresaltar a la araña, Azoth no se movió, ni siquiera cuando cayó otro cuerpo y volvió a hundirle la cara en el agua por un momento.
La araña recorrió una nalga y le saltó al pulgar. Poco a poco, el chico desplazó la mano para poder verla. Lo que se había temido: una araña lobo blanca, de patas tan largas como su dedo. Sacudió la mano y el bicho salió despedido. Se frotó las yemas para asegurarse de que no le había picado.
Luego estiró el brazo hacia atrás y partió el tocón de rama en el que se había enganchado su túnica. El crujido pareció estruendoso en el repentino silencio que se había hecho arriba. Azoth no veía a nadie por entre las cañas de bambú. A un metro de él, algo goteaba desde el entarimado y formaba un charco. Estaba demasiado oscuro para ver qué era, pero tampoco hacía falta mucha imaginación para adivinarlo.
Aquel silencio resultaba siniestro. Si alguien estuviera caminando arriba, el chirrido y la flexión del suelo lo habrían delatado.
La pelea entera había durado quizá veinte segundos, y Azoth estaba seguro de que nadie había salido de la taberna. ¿Se habían matado todos entre sí?
Se estremeció, y no solo por culpa del agua helada. La muerte no era ninguna extraña en las Madrigueras, pero jamás había visto morir a tanta gente junta, tan deprisa y con tanta facilidad.
Aun moviéndose con cuidado por si aparecía la araña, en pocos minutos había encontrado otros cinco cobres. Si hubiera sido más valiente, habría desvalijado los cadáveres de la taberna, pero no creía que Durzo Blint estuviese muerto. A lo mejor era un demonio, como decían los demás ratas de su hermandad. A lo mejor esperaba fuera para matarlo por haberlo espiado.
Notó una opresión en el pecho. Dio media vuelta y se arrastró deprisa hacia el exterior. Los seis cobres eran un buen botín. La cuota de la hermandad eran cuatro, así que podría comprar una hogaza de pan a la mañana siguiente para compartirla con Jarl y con Muñeca.
Apenas le faltaban treinta centímetros para alcanzar la salida cuando algo centelleó justo delante de su nariz. Lo tenía tan cerca que le costó un momento enfocar la mirada. Era la enorme espada de Durzo Blint. La hoja había atravesado el suelo y se había clavado en el lodo, de tal modo que le cortaba el paso.
Encima de su cabeza, al otro lado del suelo de cañas, Durzo Blint susurró:
—Jamás hables de esto, ¿queda claro? He hecho cosas peores que matar críos.
La espada desapareció, y Azoth salió a rastras a la noche. No dejó de correr durante varios kilómetros.


Última edición por Pamee el Mar Dic 28, 2010 12:58 am, editado 1 vez
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Mensaje por Pamee Lun Dic 20, 2010 8:09 pm

Iré colgando uno por semana yo creo :)
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Mensaje por Invitado Lun Dic 20, 2010 8:15 pm

YA HAY TEMA!!! El camino de las Sombras - Trilogía El Ángel de la Noche 48202 El camino de las Sombras - Trilogía El Ángel de la Noche 207942 El camino de las Sombras - Trilogía El Ángel de la Noche 20547
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Mensaje por Invitado Lun Dic 20, 2010 10:22 pm

Esta interesante, a esperar el próximo capitulo!! El camino de las Sombras - Trilogía El Ángel de la Noche 632165
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Mensaje por Invitado Lun Dic 20, 2010 10:25 pm

Wiii tema!!!
Grx!! ^^
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Mensaje por Invitado Lun Dic 20, 2010 10:26 pm

huy!! que bien que ya se habrio tema!! gracias por el cap esta interesante
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Mensaje por Nadesda Lun Dic 20, 2010 10:57 pm

SI muchas pero muchas gracias por este capítulo lo esperaba mucho
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Mensaje por Invitado Mar Dic 21, 2010 12:43 am

huy huy!!!! ahora si ah traducir con jiucuo.. ejjejee
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Mensaje por Invitado Mar Dic 21, 2010 1:08 am

wou esta vakano el libro!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!,deberian haber mas libros d este genero,gracias por el cap. xD
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Mensaje por Invitado Mar Dic 21, 2010 12:38 pm

gracias x el capi:)
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Mensaje por Invitado Mar Dic 21, 2010 1:20 pm

estubo bueno ya lo lei:) gracias pamee me tendrias cada semana El camino de las Sombras - Trilogía El Ángel de la Noche 632165
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Mensaje por Invitado Mar Dic 21, 2010 1:22 pm

Si upsy el libro promete estar bueno ^^
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Mensaje por Invitado Mar Dic 21, 2010 1:39 pm

si...^^
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Mensaje por tania_salvatore Mar Dic 21, 2010 2:01 pm

GRACIAS POR EL CAPITULO.
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Mensaje por Invitado Mar Dic 21, 2010 2:30 pm


*o*

Me gusto mucho XDD

ya la sinopsis era atractiva,

aaaa....


Muchas gracias por el cap ^^
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Mensaje por Invitado Mar Dic 21, 2010 4:28 pm

yo espero leer pronto el 4 ya que los tres pirmeros ya me los lei.. jejejee
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Mensaje por Pamee Mar Dic 21, 2010 4:30 pm

Yo tb! hahaha pero tendrás que esperar Jess :D
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Mensaje por Invitado Mar Dic 21, 2010 4:50 pm

bn tiempo de sobra hay!!! jejejee

mejor empezare a traducir el capi 30... jejejee
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Mensaje por Invitado Mar Dic 21, 2010 6:59 pm

ke bn, ya lei los primeros 3 caps y esta fabuloso, el libro y la trilogia prometen mucho.... Razz
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Mensaje por Invitado Mar Dic 21, 2010 7:33 pm

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Mensaje por Invitado Mar Dic 21, 2010 8:37 pm

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Mensaje por Invitado Miér Dic 22, 2010 1:47 am

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Mensaje por Gяaςэ Miér Dic 22, 2010 10:17 am

este es el primer libro?
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Mensaje por Pamee Miér Dic 22, 2010 1:11 pm

Si, son 3 en total.
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Mensaje por Invitado Miér Dic 22, 2010 2:29 pm

WOW promete por aqui andare gracias por el capitulo
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Mensaje por Invitado Miér Dic 22, 2010 7:22 pm

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Mensaje por Invitado Miér Dic 22, 2010 10:01 pm

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Mensaje por Invitado Jue Dic 23, 2010 8:51 am

muy buen capituo!!! Quiero seguir leyendo!!! Gracias!!!
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Mensaje por Invitado Jue Dic 23, 2010 12:10 pm

Gracias Pamee y traductoras!!!!!!!!!

Feliz Navidad a tod@s!!!
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Mensaje por Invitado Jue Dic 23, 2010 12:24 pm

cheers
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Mensaje por Invitado Jue Dic 23, 2010 12:27 pm

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Mensaje por Invitado Vie Dic 24, 2010 9:26 am

Feliz navidad a todas , y ya me tendras por aqui pamee
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Mensaje por Invitado Vie Dic 24, 2010 1:33 pm

Feliiiiiiiiiiiiiiz Navidaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaad a tod@@@@@@@@@@@@@@@@@@@@@@@@s!!!!!!!!!!!!!!!!!!!

Besotes y que se la pasen bien!!!!
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Mensaje por Invitado Vie Dic 24, 2010 9:09 pm

FELIZ NAVIDAD CHICAS!!!
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Mensaje por Invitado Sáb Dic 25, 2010 8:34 pm

espero la hayan pasado super junto a sus seres queridos
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Mensaje por Invitado Sáb Dic 25, 2010 9:33 pm

si gracias igual:)
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Mensaje por Pamee Dom Dic 26, 2010 2:31 am


2



—¡Cuatro cobres! ¡Cuatro! Esto no son cuatro.
Rata tenía la cara tan roja de furia que sus granos solo eran visibles como puntitos blancos. Agarró la raída túnica de Jarl y lo levantó del suelo con un brazo. Azoth agachó la cabeza, incapaz de mirar.
—¡Esto son cuatro!—gritó Rata, escupiendo al hablar.
Mientras Jarl encajaba los bofetones, Azoth se dio cuenta de que aquello era puro teatro. No la paliza en sí; Rata estaba zurrando a Jarl de verdad. Sin embargo, le pegaba con la mano abierta para que hiciera más ruido. Rata ni siquiera estaba prestando atención a Jarl; vigilaba al resto de la hermandad, se regodeaba en su miedo.
—¡Siguiente!—exclamó Rata mientras soltaba a Jarl.
Azoth dio un paso al frente enseguida para evitar que Rata pateara a su amigo. A sus dieciséis años, Rata ya era tan corpulento como un adulto y además tenía grasa, algo insólito entre los nacidos de esclavos.
Azoth le tendió sus cuatro cobres.
—Ocho, mierdecilla—dijo Rata mientras cogía las cuatro monedas de su mano.
—¿Ocho?
—También tienes que pagar por Muñeca.
Azoth miró a su alrededor en busca de apoyo. Varios de los mayores cambiaron de postura y se miraron entre ellos, intranquilos, pero nadie pronunció una palabra.
—Es demasiado joven —protestó Azoth—. Los pequeños no pagan cuota hasta cumplir los ocho.
La atención se desplazó hacia Muñeca, que estaba sentada en el sucio callejón. La niña reparó en las miradas y se encogió. Muñeca era una chiquilla menuda y de ojos enormes; por debajo de la mugre sus rasgos eran tan delicados y perfectos que hacían honor a su nombre.
—Y yo digo que tiene ocho a menos que ella afirme lo contrario —replicó Rata con malicia—. Dilo, Muñeca, dilo o le pego una paliza a tu novio.
Muñeca abrió aún más sus grandes ojos y Rata se rió. Azoth no protestó, no le señaló que Muñeca era muda. Rata ya lo sabía. Lo sabían todos. Pero Rata ocupaba el puesto de puño y, por lo tanto, sólo respondía ante Ja’laliel. Ante Ja’laliel, que no estaba presente.
Rata tiró de Azoth para acercárselo y bajó la voz.
—¿Por qué no te unes a mis guapitos, Azo? No volverías a pagar cuotas nunca más.
Azoth intentó hablar, pero tenía la garganta tan seca que sólo le salió un graznido. Rata volvió a reírse y todo el mundo le hizo coro, algunos porque disfrutaban con la humillación de Azoth y otros en un vano intento de apaciguar a Rata antes de que les llegara el turno. Azoth notó una punzada de odio negro. Odiaba a Rata, odiaba la hermandad, se odiaba a sí mismo.
Carraspeó para volver a intentarlo. Rata cruzó la mirada con él y le dedicó una sonrisa torva. Era grande, pero no estúpido. Sabía en qué medida estaba presionando a Azoth. Sabía que terminaría acobardándose, como todos los demás.
Azoth le escupió toda la flema que tenía en la boca a la cara.
—Que te den por culo, Rataburra.
El silencio estupefacto que se hizo pareció durar una eternidad. Fue un momento dorado de victoria. No le hizo falta girarse para saber que todos se habían quedado boquiabiertos. La cordura apenas empezaba a regresar cuando el puño de Rata lo alcanzó en la oreja. El mundo se emborronó de manchas negras, y Azoth cayó al suelo. Alzó la vista parpadeando hacia el grandullón, cuyo pelo moreno resplandecía como una aureola al tapar el sol de mediodía,
y supo que iba a morir.
—¡Rata! Rata, te necesito.
Azoth rodó de espaldas y vio que Ja’laliel salía del edificio de la hermandad. Su tez pálida estaba perlada de sudor aunque no hacía calor, y tosía de forma malsana.
—¡Rata! Ahora, he dicho.
Rata se secó la cara, y ver apagarse su ira de manera tan repentina fue casi más terrorífico que verla estallar en un instante. Se le despejaron las facciones y sonrió a Azoth. Simplemente sonrió.
—¿Qué hay, Jay?—dijo Azoth.
—¿Qué tal, Azo?—respondió Jarl, que acababa de llegar donde estaban Azoth y Muñeca—. Eres más tonto que un zapato, ¿sabes? Se tirarán años llamándole Rataburra a sus espaldas.
—Quería que fuese una de sus nenas—explicó Azoth.
Estaban apoyados en una pared a varias manzanas de distancia, dispuestos a compartir la hogaza rancia que Azoth había comprado. El olor a pan horneado, aunque menos intenso que a primera hora, disimulaba al menos en parte el hedor de las aguas residuales, de la acumulación de basura descomponiéndose a orillas del río y de la penetrante peste a orina y sesos que emanaba de las tenerías.
Si la arquitectura de Ceura se basaba en paredes y biombos de bambú y papel de arroz, la cenariana era más tosca, maciza, sin la estudiada simplicidad de los diseños ceuríes. Si la arquitectura de Alitaera era toda granito y pino, la cenariana resultaba menos imponente, sin el propósito de durabilidad de las estructuras alitaeranas.
Si la arquitectura de Ossein era un muestrario de agujas etéreas y arcos altísimos, la cenariana no se alzaba por encima de una planta más que en unas pocas mansiones de la nobleza en la orilla oriental. Los edificios de Cenaria eran un compendio de todo lo achaparrado, húmedo, barato y pobre, sobre todo en las Madrigueras. Jamás se utilizaba un material que costara el doble, por mucho que durase cuatro veces más. Los cenarianos no pensaban a largo plazo porque no vivían a largo plazo. Sus edificios incorporaban con frecuencia bambú y papel de arroz, pues ambos crecían junto a la ciudad, y también pino y granito, que no estaban demasiado lejos. Sin embargo, Cenaria no tenía un estilo propio.
El país había sufrido demasiadas conquistas a lo largo de los siglos para enorgullecerse de nada que no fuese la supervivencia. En las Madrigueras, ni siquiera quedaba orgullo.
Azoth partió la hogaza en tres trozos sin prestar atención y enseguida torció el gesto. Había hecho dos más o menos del mismo tamaño, y un tercero más pequeño. Dejó uno de los pedazos grandes sobre su pierna y le dio el otro a Muñeca, que siempre le seguía como una sombra. Estaba a punto de pasarle el trozo pequeño a Jarl cuando vio una mueca de desaprobación en el rostro de la niña. Azoth suspiró y se quedó el pedazo pequeño para él. Jarl no se había dado cuenta de nada.
—Mejor una de sus nenas que muerto—observó su amigo.
—No pienso acabar como Bim.
—Azo, en cuanto Ja’laliel se pague la reválida, Rata será el jefe de nuestra hermandad. Tú tienes once años. Todavía faltan cinco para tu reválida. No vas a llegar vivo ni de milagro. Lo de Bim no es nada, comparado con lo que Rata te hará a ti.
—¿Y qué hago, Jarl?
Por lo general, aquel momento del día era el favorito de Azoth.
Estaba con las únicas dos personas a las que no debía temer, acallando la voz insistente del hambre. Sin embargo, el pan le sabía a ceniza. Miró hacia el mercado, sin ver siquiera a la pescadera que pegaba a su marido.
Jarl sonrió, y sus dientes brillaron en contraste con su negra piel ladeshiana.
—Si te cuento un secreto, ¿me lo guardarás?
Azoth miró a los dos lados y se inclinó hacia Jarl. Se detuvo al oír un sonoro crujir de pan y unos labios que se relamían.
—Bueno, yo sí. No pongo la mano en el fuego por Muñeca.
Se volvieron los dos hacia la niña, que roía el cuscurro de la hogaza.
La combinación de las migas que tenía pegadas a la cara y su mueca de indignación los hizo desternillarse de risa.
Azoth le revolvió la melena rubia y, al ver que eso no le quitaba el enfado, la acercó a él. Ella se revolvió pero, cuando Azoth le pasó el brazo por encima, no hizo ademán de apartarse. Miró a Jarl con rostro expectante.
El chico se levantó la túnica y desanudó un harapo que llevaba en torno al cuerpo como una faja.
—No seré como los demás, Azo. No pienso dejarme llevar por la vida sin hacer nada. Saldré de aquí.
Abrió la faja. Ocultas entre sus pliegues había una docena de monedas de cobre, cuatro de plata y, lo más inverosímil de todo, dos gunders de oro.
—Cuatro años. Llevo ahorrando cuatro años.—Dejó caer dos cobres más en la faja.
—¿Estás diciéndome que siempre que Rata te ha dado de palos por no pagar la cuota, tenías esto guardado?
Jarl sonrió y Azoth lo empezó a comprender. Las palizas eran un precio pequeño a cambio de la esperanza. Al cabo de un tiempo, la mayoría de los ratas de hermandad desesperaban y permitían que la vida los machacara. Se convertían en animales. O perdían el juicio, como le había pasado ese día a Azoth, y se buscaban la muerte.
Mientras contemplaba aquel tesoro, una parte de Azoth quería golpear a Jarl, agarrar la faja y salir corriendo. Con ese dinero podría dejar las calles, procurarse ropa para sustituir sus harapos y pagar la cuota para entrar de aprendiz en alguna parte, donde fuera.
Quizá incluso con Durzo Blint, como tantas veces había dicho a Jarl y Muñeca que haría.
Entonces reparó en su amiga. Se imaginó la mirada que pondría si él robaba esa faja llena de vida.
—Si alguno de nosotros va a salir de las Madrigueras, ese serás tú, Jarl. Te lo mereces. ¿Tienes un plan?
—Siempre —respondió su amigo. Alzó la mirada y brillaron sus ojos oscuros—. Quiero que te lo quedes tú, Azo. En cuanto descubramos dónde vive Durzo Blint, te sacaremos de aquí. ¿Vale?
Azoth se quedó mirando el montón de monedas. Cuatro años.
Docenas de palizas. No solo dudaba si él habría dado tanto por Jarl, sino que además había pensado en robárselo. No pudo contener unas lágrimas cálidas. Qué vergüenza sentía. Qué miedo. Miedo de Rata, miedo de Durzo Blint; siempre miedo. Sin embargo, si lograba salir de las calles, podría ayudar a Jarl. Blint le enseñaría a matar.
Azoth alzó la vista hacia Jarl, sin atreverse a mirar a Muñeca, por miedo a lo que pudiesen decir sus grandes ojos castaños.
—Lo acepto.
Sabía a quién mataría primero.


Última edición por Pamee el Mar Dic 28, 2010 12:59 am, editado 1 vez
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Mensaje por Pamee Dom Dic 26, 2010 2:32 am

Un regalito navideño :)

En una semana les subo el siguiente Razz
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Mensaje por Invitado Dom Dic 26, 2010 2:34 am

awww gracias por el cap!!
jeje me lo voy a leer jeje
no creo que aguante hasta mañana
gracias y hurra por el regalo!!
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Mensaje por Invitado Dom Dic 26, 2010 9:09 am

Gracias por El regalo Pamee cheers
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Mensaje por Invitado Dom Dic 26, 2010 11:31 am



*o*

mm

interesante :D

muchas gracias por el cap ^^

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Mensaje por Invitado Dom Dic 26, 2010 1:28 pm

Gracias pamee!!!! Muy genial!!!!
Esperando al prox!
Besos ^^
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Mensaje por Invitado Dom Dic 26, 2010 6:59 pm

gracias Pamee, a esperar el próximo capi!!
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Mensaje por Pamee Mar Dic 28, 2010 6:39 pm

3



Durzo Blint se encaramó al muro de la pequeña mansión y observó al centinela que pasaba en aquel momento. «El guardia perfecto», pensó Durzo: algo lento, con poca imaginación y cumplidor. El vigilante dio sus treinta y nueve pasos, paró en la esquina, plantó su alabarda, se rascó la barriga por debajo del gambesón, miró en todas las direcciones y, completado el ritual, echó a caminar de nuevo.

«Treinta y cinco, treinta y seis.» Durzo abandonó la sombra del centinela y se dejó caer por el borde de la pasarela, al que se mantuvo agarrado con la punta de los dedos.

«Ahora.» Se soltó y aterrizó sobre la hierba en el preciso instante en que el guardia daba un golpe con la contera de su alabarda en los tablones de madera. Seguramente el centinela tampoco lo habría oído, pero la paranoia era la madre de la ciencia para un ejecutor. El patio era pequeño, y la casa no mucho más grande. Estaba construida al estilo ceurí, con paredes traslúcidas de papel de arroz. Las puertas y los arcos estaban hechos de ciprés calvo y ciprés blanco, aunque para el armazón y los suelos se había empleado madera de pino local, más barato. Era austera como todas las casas ceuríes, algo que se ajustaba a la formación militar del general Agon y su personalidad ascética. Es más, se ajustaba a su presupuesto. A pesar de los muchos éxitos del general, el rey Davin nunca lo había recompensado con generosidad; en parte, por eso estaba allí el ejecutor.

Durzo encontró una ventana abierta en la planta superior. La esposa del general dormía en una cama: no eran tan ceuríes como para acostarse en esteras tejidas. Sí eran, sin embargo, lo bastante pobres para que el colchón estuviese relleno de paja en vez de plumas.
La esposa del general era una mujer poco agraciada, que roncaba con suavidad, con el cuerpo más cerca del centro de la cama que en un extremo. En el lado hacia donde estaba girada, las mantas se veían revueltas.
El ejecutor entró con sigilo en la habitación, usando su talento para amortiguar el sonido de sus pasos sobre el suelo de madera.

«Curioso.» Un vistazo rápido confirmó que el general no había acudido para una mera visita conyugal. Realmente compartían el dormitorio. Tal vez fuera aún más pobre de lo que pensaba la gente.

Durzo arrugó la frente por debajo de la máscara. Era un detalle que no necesitaba saber. Desenfundó el corto puñal de envenenador y se acercó a la cama. La mujer no sentiría nada.
Se detuvo. Estaba vuelta hacia las mantas desordenadas, no de espaldas. Había estado durmiendo pegada a su marido hasta que él se levantó. No en la otra punta de la cama, como haría una mujer que se limitase a cumplir con sus deberes maritales.

El matrimonio se quería. Después del asesinato de la mujer, Aleine de Gunder tenía planeado ofrecer enseguida al general una noble acaudalada en segundas nupcias. Sin embargo, el general, casado por amor con una plebeya, reaccionaría al asesinato de su esposa de forma muy distinta a un hombre que hubiera contraído un matrimonio de conveniencia.

«Será idiota.» El príncipe estaba tan ciego de ambición que pensaba que todos los demás compartían sus ansias. El ejecutor envainó el puñal y salió al pasillo. Aún debía saber a qué bando apoyaría el general. Y de inmediato.

“¡Maldita sea! El rey Davin se muere. Me sorprendería que durase una semana más.”

Quienquiera que hubiese hablado acertaba en casi todo. El ejecutor había administrado al rey su dosis final de veneno esa misma noche. Al alba estaría muerto y el trono se lo disputarían un hombre fuerte y justo y otro débil y corrupto. Al clandestino Sa’kagé no le era indiferente el resultado de la disputa.

La voz procedía del salón del piso de abajo. El ejecutor corrió hasta el final del pasillo. La casa era tan pequeña que el salón también hacía las veces de estudio. Podía ver perfectamente a los dos hombres.

El general Brant Agon tenía la barba entrecana, el pelo corto y sin peinar y se movía con gestos bruscos, sin perder nada de vista. Era delgado y fibroso, con las piernas algo arqueadas tras una vida a lomos de un caballo.

El hombre que tenía delante era el duque Regnus de Gyre. El sillón de orejas crujió cuando desplazó su peso. Se trataba de un hombretón enorme, alto además de fornido, pero en su corpachón había poca grasa. Descansó los dedos cubiertos de anillos en el abdomen.
«Por los Ángeles de la Noche. Podría matarlos a los dos y acabar de un plumazo con las preocupaciones de los Nueve.»

“¿Nos estamos engañando a nosotros mismos, Brant?” preguntó el duque de Gyre.

El general no respondió de inmediato.
“Mi señor...”

“No, Brant, necesito tu opinión como amigo, no como vasallo.” Durzo se acercó un poco más. Desenfundó los cuchillos arrojadizos poco a poco, con cuidado de no tocar los filos envenenados.

“Si no hacemos nada,” dijo el general, “Aleine de Gunder será rey. Es un hombre débil, ruin e impío. El Sa’kagé ya es dueño de las Madrigueras; con Aleine en el trono, las patrullas no saldrán ni siquiera de las calles principales, y usted sabe tan bien como yo que las cosas solo irán a peor. Los Juegos Mortales afianzaron al Sa’kagé. Aleine no tiene ni voluntad ni inclinación para plantarles cara ahora, cuando todavía estamos a tiempo de erradicarlos. Así pues, ¿nos engañamos al creer que usted sería un rey mejor? Ni por asomo. Y el trono le corresponde por derecho.

Blint casi sonrió. Los señores del hampa, los Nueve del Sa’kagé, estaban de acuerdo palabra por palabra... motivo por el cual Blint debía encargarse de que Regnus de Gyre jamás llegara a rey.

“¿Y tácticamente? ¿Podríamos hacerlo?”

“Con un mínimo derramamiento de sangre. El duque Wesseros está fuera del país. Mi propio regimiento se encuentra en la ciudad. Los hombres creen en usted, mi señor. Necesitamos un rey fuerte. Un buen rey. Le necesitamos, Regnus.”

El duque de Gyre se miró las manos.
“¿Y la familia de Aleine? ¿Formarían parte de ese ‘mínimo derramamiento de sangre’?”

El general bajó la voz.
“¿Quiere la verdad? Sí. Aunque no lo ordenásemos, alguno de sus hombres los matará para protegerlo, aunque le supusiera la horca. Hasta ese punto creen en usted.”

El duque de Gyre respiró hondo.
“Entonces, la cuestión es: ¿el bien futuro de muchos compensa el asesinato de unos pocos ahora?”

«¿Cuánto hace que yo no tengo esos escrúpulos?» Durzo contuvo a duras penas el arrollador impulso de lanzar los cuchillos.
Lo repentino de su furia lo sorprendió. «¿A qué ha venido esto?»
Era Regnus. Ese hombre le recordaba a otro rey al que había servido antaño. Un rey digno de ese nombre.

“La respuesta está en sus manos, mi señor,” dijo el general Agon. “De todos modos, si me permite una pregunta, ¿de verdad se trata de una cuestión filosófica?”

“¿Qué quieres decir?”

“Todavía ama a Nalia, ¿no es así?”
Nalia era la esposa de Aleine de Gunder. Regnus tenía el gesto afligido.
“Estuvimos prometidos durante diez años, Brant. Ella fue mi primer amor, y yo el suyo.”

“Mi señor, lo siento,” se disculpó el general. “No es de mi...”

“No, Brant. Nunca hablo del tema. Permíteme seguir así mientras decido si seré un hombre o un rey.” Respiró hondo. “Han pasado quince años desde que el padre de Nalia rompió nuestro compromiso y la casó con ese perro de Aleine. Debería haberlo superado. Y lo he superado, salvo cuando tengo que verla con sus hijos e imaginármela compartiendo cama con Aleine de Gunder. La única alegría que me ha dado mi matrimonio es mi hijo Logan, y me cuesta creer que el suyo haya sido mejor.”

“Mi señor, dada la naturaleza involuntaria de ambos esponsales, ¿no sería posible divorciaros de Catrinna y casarse con...?”

“No.” Regnus meneó la cabeza. “Si los hijos de la reina sobreviven, siempre serán una amenaza para mi hijo, tanto si los destierro como si los adopto. El mayor de Nalia tiene catorce años: demasiados para olvidar que estaba destinado al trono.

“La razón está de su parte, mi señor. ¿Quién sabe si no hallará soluciones imprevistas a esos problemas una vez esté sentado en el trono?”

Regnus asintió con gesto apenado, consciente a todas luces de tener millares de vidas en sus manos, desconocedor de que entre ellas estaba la suya propia. «Si trama una rebelión, lo mato ahora mismo, lo juro por los Ángeles de la Noche. Ahora sólo sirvo al Sa’kagé. Y a mí mismo. Siempre a mí mismo.»
“Que me perdonen las generaciones que están por nacer,” dijo Regnus de Gyre, con lágrimas en los ojos, “pero no cometeré asesinatos por algo que podría suceder o no, Brant. No puedo hacerlo. Juraré mi lealtad.”

El ejecutor enfundó de nuevo sus dagas, sin hacer caso de los sentimientos aparejados de alivio y desesperación que lo embargaron.
«Es esa maldita mujer. Me ha echado a perder. Lo ha echado todo a perder.»


Blint avistó la emboscada a cincuenta pasos de distancia y se metió de lleno en sus fauces. Todavía faltaba una hora para que amaneciera y los únicos que circulaban por las callejuelas serpenteantes de las Madrigueras eran los mercaderes que se habían quedado dormidos donde no debían y corrían de vuelta a sus casas y sus esposas.

La hermandad (el Dragón Negro a juzgar por los símbolos pintados que había dejado atrás) estaba agazapada en torno a un angosto cuello de botella en el callejón, donde sus chicos podían bloquear los dos extremos y además atacar desde los tejados bajos.
Blint había fingido una lesión en la rodilla derecha y se había ceñido la capa a los hombros, con la capucha baja sobre la cara.
Entró cojeando en la trampa y uno de los niños más grandes, un «mayor» como lo llamaban ellos, saltó al callejón por delante de él y silbó, blandiendo un sable herrumbroso. Los ratas de la hermandad rodearon al ejecutor.

“Muy listos,” comentó Durzo. “Montan guardia antes del amanecer, cuando casi todas las otras hermandades duermen, y así pueden atracar unas cuantas sacas de quienes se han pasado toda la noche de putas. No quieren dar explicaciones sobre ningún moretón a sus mujeres, de modo que aflojan las monedas. No está mal. ¿De quién es la idea?”

“De Azoth,” respondió un mayor, señalando detrás del ejecutor.

“¡Cállate, Roth!” exclamó el cabecilla de la hermandad.

El ejecutor miró hacia el chico pequeño del tejado. Sostenía en alto una piedra y lo observaba, resuelto y preparado, con sus ojos de color azul pálido. Le sonaba su cara.

“Vaya, ahora lo han delatado,” dijo Durzo.

“¡Cállate tú también!” gritó el cabecilla, sacudiendo su sable hacia él. “Danos la bolsa o te matamos.”

“Ja’laliel,” dijo un rata de hermandad negro, “este tipo las ha llamado ‘sacas’. Un mercader no sabría que los llamamos así. Es del Sa’kagé.”

“¡Cállate, Jarl! Necesitamos esto.” Ja’laliel tosió y escupió sangre. “Danos ya la...”

“No tengo tiempo para esto. Aparta,” dijo Durzo.

“Entrega...”

El ejecutor salió disparado hacia delante. Con la mano izquierda retorció la mano armada de Ja’laliel y le arrebató el sable. Giró sobre sus talones e hizo chocar su codo derecho contra la sien del cabecilla de la hermandad, pero contuvo la fuerza del golpe para no matarlo.

La pelea había terminado antes de que los otros ratas de la hermandad reaccionaran.

“He dicho que no tengo tiempo para esto,” repitió Durzo. Se retiró la capucha.

Sabía que no tenía un aspecto especial. Era larguirucho y de facciones marcadas, con el pelo rubio oscuro y una barba rala del mismo color sobre unas mejillas algo picadas, como si hubiera pasado la viruela. Sin embargo, a juzgar por el modo en que los niños retrocedieron, podría haber tenido tres cabezas.

“Durzo Blint,” murmuró Roth.

Se oyeron piedras que caían al suelo.
“Durzo Blint.” El nombre recorrió las filas de la hermandad como una onda. Blint percibió en sus ojos miedo y sobrecogimiento. Habían intentado atracar a una leyenda.

Se sonrió.
“Afila este trasto. Dejar que la hoja se oxide es de aficionados.”

Lanzó el sable a una alcantarilla llena de aguas residuales. Después atravesó el grupo caminando sin prisa. Los niños se dispersaron como si Durzo fuera a matarlos a todos.

Azoth lo miró perderse entre la niebla temprana, desapareciendo como tantas otras de sus esperanzas, por el sumidero de las Madrigueras.

Durzo Blint representaba todo lo que él no era. Poderoso, peligroso, confiado, intrépido. Era como un dios. Había contemplado a una hermandad entera alzada en su contra—incluidos los mayores como Roth, Ja’laliel y Rata— y lo había encontrado divertido.

¡Divertido! «Algún día», juró Azoth. Ni siquiera se atrevió a formular el pensamiento completo, no fuera que Blint captase su presunción, pero lo anhelaba con toda su alma. «Algún día.»

Cuando Blint estuvo lo bastante lejos para no darse cuenta, se puso a seguirlo.

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El camino de las Sombras - Trilogía El Ángel de la Noche Empty Re: El camino de las Sombras - Trilogía El Ángel de la Noche

Mensaje por Pamee Mar Dic 28, 2010 6:40 pm

4
Traducido por kroana
Corregido por Pamee


Los golpeadores protegían la cámara subterránea de los Nueve observando a Durzo con acritud. Eran gemelos y dos de los hombres más grandes en el Sa’kage. Cada uno tenía un rayo tatuado bajo su frente.
“¿Armas?” Dijo uno
“Lefty,” dijo Durzo en saludo, quitándose su espada, tres puñales, los dardos atados a su muñeca, y un número de pequeñas bolas de cristal de su otro brazo.
“Yo soy Lefty,” dijo el otro, palpando a Blint vigorosamente.
“¿Te importa?” Preguntó Durzo “Ambos sabemos que si quisiera matar a cualquiera allí, podría, con o sin armas.”
Lefty se sonrojó. “Por qué no pisoteo esta bonita espada…”
“Lo que Lefty quiere decir es, por qué no pretendes que no eres una amenaza y nosotros pretenderemos que somos la razón,” dijo Bernerd “Es solo una formalidad, Blint. Como preguntarle a alguien como están cuando no te importa.”
“Yo no pregunté.”
“Lamenté oír lo de Vonda,” dijo Bernerd. Durzo se detuvo en seco, una lanza retorciéndose a través de sus tripas. “En serio,” dijo el gran hombre. Mantuvo la puerta abierta. Miró a su hermano.
Parte de Durzo sabía que debería decir algo cortante o amenazante o gracioso, pero su lengua era de plomo.
“¿Um, Maestro Blint?” dijo Bernerd. Recobrándose, Durzo dio un paso dentro de la sala de reuniones de los Nueve sin levantar los ojos.

Era un lugar para inspirar temor. Tallada en fibra de vidrio negro, una plataforma dominaba la habitación. Nueve sillas estaban dispuestas en la plataforma. Una décima silla se situaba por encima de ellas como un trono. Sólo había un suelo desnudo afrontando las sillas. En ellas los Nueve entrevistadores estarían.
La cámara era un estrecho rectángulo, pero era profunda. El techo era tan alto que desaparecía en la oscuridad. Esto daba a los cuestionados el sentimiento de ser interrogados en el infierno. Que las sillas, paredes, e incluso el suelo estaban tallados con pequeñas gárgolas, dragones, y personas, todos gritando, sin hacer nada para enfriar el efecto.
Pero Durzo entró con una fácil familiaridad. La noche no tenía terrores para él. Las sombras le dieron la bienvenida a sus ojos, sin ocultarle nada a él. «Al menos eso me queda.»
Los nueve tenían sus capuchas puestas, excepto por Mamá K, aunque la mayoría sabía que no estaban escondiendo su identidad de Durzo. Por encima de ellos, el Shinga, Pon Dradin, se sentaba en su trono. Estaba tan quieto y en silencio como de costumbre.
“¿Eztá muerta la ezpoza?” preguntó Corbin Fishill. Era un hombre elegante y apuesto con una reputación de crueldad, especialmente hacia esos niños en las hermandades que administraba. La burla en su ceceo podría haber provocado secar de alguna manera la maldad siempre presente en su rostro.
“Las cosas no eran como esperábamos,” dijo Durzo. Dio su reporte brevemente. El rey pronto moriría, y los hombres quienes el Sa’kage había temido podrían tratar de sucederle no insistirían en su demanda. Eso le dejaba el trono a Aleine Gunder, quien estaba demasiado débil para interferir con el Sa’kage.
“Podría sugerir,” dijo Durzo. “Que hagamos al príncipe promover al general Agon a señor general. Agon podría alejar al príncipe de la consolidación de su poder. Y si Khalidor hace cualquier movimiento…”
El pequeño maestro ex esclavo interrumpió, “Aunque reconozcamos su… denuncia contra Khalidor, Maestro Blint, nosotros no estamos para malgastar nuestro capital político en algún general.”
“No tenemos que hacerlo.” Dijo Mamá K. La Maestra de los Placeres era todavía hermosa, aunque habían pasado años desde que fuera la más celebre cortesana de la ciudad. “Podemos obtener lo que queremos pretendiendo que alguien más lo pidió.” Todo el mundo se detuvo y escuchó. “El príncipe estaba dispuesto a comprar al general con un matrimonio político. Así que le diremos que el precio de Agon es un nombramiento político en su lugar. El general no lo sabrá nunca, y no es probable que el príncipe pregunte al respecto.”
“Y eso nos da influencia para reabrir el tema de la esclavitud,” dijo el maestro esclavo.
“Que me condenen si somos esclavos de nuevo,” dijo otro. Era un hombre grande ido a la grasa, con mandíbulas fuertes, ojos pequeños y puños cicatrizados propios del maestro de los golpeadores Sa’kage.
“Esta converzazión puede esperar. Blint no nezezita eztar aquí para ezo,” dijo Corbin Fishill. Volvió sus ojos de pesados párpados hacia Blint. “No matazte ezta noche.” Dejó colgar la declaración, sin adornos.
Durzo lo miró, negándose a tomar la provocación.
“¿Puedez hazerlo todavía?”
Las palabras eran inútiles con un hombre como Corbin Fishill. Él hablaba el lenguaje de la carne. Durzo caminó hacia él. Corbin no retrocedió, no se hizo a un lado mientras Durzo se acercaba a la plataforma, aunque varios de los Nueve estaban claramente nerviosos. Bajo los pantalones de terciopelo de Fishill, Blint podía ver su grupo de músculos.
Corbin pateó hacia el rostro de Durzo, pero Durzo ya se había movido. Golpeó una aguja profundamente en la pantorrilla de Corbin y dio un paso atrás.
Sonó una campana y un momento después, Bernerd y Lefty irrumpieron en la habitación. Blint cruzó sus brazos y no hizo ningún movimiento para defenderse.
Blint era alto, pero su masa era toda músculos y tendones. Lefty cargó como un caballo de guerra. Durzo simplemente extendió ambas manos, aflojando, pero cuando Lefty se estrelló contra él, lo imposible pasó. En vez de aplastar al hombre más pequeño, la carrera de Lefty terminó instantáneamente.
Su rostro se detuvo primero, su nariz estalló contra la mano abierta de Durzo. El resto de él continúo hacia delante. Su cuerpo se levantó paralelo al suelo, entonces se estrelló contra el suelo de piedra.
“¡Bazta!” Gritó Corbin Fishill.
Bernerd patinó hasta detenerse frente a Durzo y entonces se arrodilló al lado de su hermano. Lefty estaba gimiendo, su nariz sangrante llenaba la boca de una rata tallada en el suelo de roca.
Corbin sacó la aguja de su pantorrilla con una mueca. “¿Qué ez ezto, Blint?”
“¿Quieres saber si todavía puedo matar?” Durzo puso un pequeño frasco frente al golpeador. “Si la aguja estaba envenenada, este es el antídoto. Pero si la aguja no estaba envenenada, el antídoto te matará. Bébelo o no.”
“Bébelo Corbin,” dijo Pon Dradin. Era la primera vez que el Shinga había hablado desde que Blint entró. “Ya sabes, Blint, serías un ejecutor mejor si no supieras que eres el mejor. Lo eres…pero todavía asumes mis órdenes. La próxima vez que toques uno de mis Nueve, habrá consecuencias. Ahora lárgate.”

El túnel se sentía mal. Azoth había estado en otros túneles antes, y si no había estado precisamente cómodo con moverse a través de la empalagosa oscuridad por el tacto, aún podría hacerlo. Este túnel había empezado como cualquier otro: corte tosco, tortuoso, y por supuesto oscuro. Pero mientras se hundía más profundo en la tierra, las paredes se enderezaron, el piso se suavizó. Este túnel era importante.
Pero esto era diferente, no malo. Lo que estaba mal era un escalón en frente de Azoth. Se puso en cuclillas sobre sus talones, descansando, pensando. No se sentó. Sólo te sentabas cuando sabías que no había nada de lo que tendrías que huir.
No podía oler nada diferente, aunque el aire era tan pesado y espeso como gachas aquí abajo. Si entrecerraba los ojos, pensó que podía ver algo, pero estaba bastante seguro de que era sólo por apretar sus ojos. Extendió su mano de nuevo.
¿Era el aire más frío justo allí?
Entonces estuvo seguro de que sentía el cambio del aire. El miedo repentino se arqueó a través de Azoth. Blint había pasado por aquí hace veinte minutos, no había llevado una antorcha. Azoth no había pensado en eso entonces. Ahora se acordó de las historias.
Un pequeño soplo de aire agrio lamió su mejilla. Azoth casi corrió, pero no sabía cuál camino era seguro para correr. No tenía manera de defenderse. El Puño tenía todas las armas. Otro soplo tocó su otra mejilla. Olía. ¿Cómo ajo?
“Hay secretos en este mundo, niño,” dijo una voz. “Secretos como alarmas mágicas y las identidades de los Nueve. Si das un paso más, encontrarás uno de esos secretos. Entonces dos buenos golpeadores con órdenes de matar intrusos te encontrarán.”
“¿Maestro Blint?” Azoth buscó en la oscuridad.
“La próxima vez que sigas a un hombre, no seas tan furtivo. Eso te hace conspicuo.”
Lo que fuera que eso significa, no sonaba bien. “¿Maestro Blint?”
Él oyó la risa por el túnel, alejándose.
Azoth se puso de pie de un salto, sintiendo su esperanza escabullirse con esa risa desvaneciéndose. Corrió por el túnel en la oscuridad. “¡Espere!”
No hubo respuesta. Azoth corrió más rápido. Una piedra agarró su pie y cayó toscamente, pelando sus rodillas y manos en el suelo de piedra. “¡Maestro Blint, espere! Necesito ser su aprendiz. Maestro Blint, ¡Por favor!”
La voz habló justo sobre él, aunque cuando miró, Azoth no pudo ver nada.
“Yo no tomo aprendices. Ve a casa, chico.”
“Pero soy diferente. Haré lo que sea. ¡Tengo dinero!”
Pero no hubo respuesta. Blint se había ido.
El silencio dolía, palpitaba al ritmo de los cortes de las rodillas y manos de Azoth.
Pero allí no había ayuda para él. Quería llorar, pero llorar era para bebes.
Azoth caminó de regreso al territorio del Dragón Negro mientras el cielo aclaraba. Partes de Las Madrigueras estaban sacudiéndose de su sueño ebrio. Los panaderos estaban despiertos, y los aprendices de herreros estaban empezando los fuegos de forja, pero la hermandad de ratas, las putas, los golpeadores, y los ladrones furtivos se habían ido a dormir, y los carteristas, estafadores, fulleros, y el resto de ellos quienes trabajan a la luz del día estaban todavía adormecidos.
Usualmente, el olor de Las Madrigueras era confortable. Estaba el olor penetrante del ganado metros sobre los olores de residuos humanos más inmediatos burbujeando a través de amplios canales en cada calle para obstruir más el Río Plith, la podrida vegetación desde el farallón y el agua estancada del río lento, el olor menos agrio del océano cuando una afortunada brisa soplaba, el hedor de los durmientes mendigos que nunca se lavaban, quienes podrían atacar una hermandad de ratas por la sencilla razón de su rabia con el mundo. Por primera vez para Azoth, en lugar de casa, los olores denotaban inmundicia. El rechazo y la desesperación eran los vapores elevándose desde cada ruina desmoronándose y pila de mierda en Las Madrigueras.
El molino abandonado aquí, una vez usado para descascarar arroz, no era sólo un edificio vacío donde la hermandad podía dormir. Era una señal. Los molinos en la costa oeste podrían ser saqueados por aquellos tan desesperados que romperían el pasado sin importar el golpeador que los dueños del molino hubieran contratado. Esto era todo basura y rechazo, y Azoth era parte de ellos.
Cuando llegó a la casa de la hermandad, Azoth asintió hacia el mirador y se deslizó en el interior sin intento de sigilo. En la hermandad los niños solían levantarse a orinar en la noche, por lo que no se podría pensar él que había estado afuera. Si trataba de colarse, sólo llamaría la atención sobre sí mismo.
Tal vez eso era lo que significaba furtivo.
Acostado en su lugar de costumbre al lado de la ventana, se deslizo entre Muñeca y Jarl. Estaba frío aquí, pero el piso era plano y allí no había muchas astillas.
Le dio un codazo a su amigo. “Jay-Oh, ¿Sabes lo que significa furtivo?”
Pero Jarl rodó, gruñendo. Azoth lo empujó de nuevo, pero Jarl no se movió.
«Larga noche, supongo. »
Como todos en las hermandades de ratas Azoth, Jarl, y Muñeca dormían cerca uno del otro por calor. Usualmente Muñeca tenía el centro porque ella era pequeña y le daba frío muy fácilmente, pero esta noche Jarl y Muñeca no estaban acostados cerca uno del otro.
Muñeca se deslizó cerca y envolvió sus brazos alrededor de él, apretando con fuerza, y Azoth estuvo contento por su calidez. Una preocupación roía en la parte posterior de su mente como una rata, pero estaba demasiado cansado. Durmió.
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Mensaje por Pamee Mar Dic 28, 2010 6:41 pm

Mini maratón!!

Pueden descargar los primeros 4 capis de aqui:
Código:
http://www.4shared.com/document/aBq0BUbG/El_Camino_de_Las_Sombras.html

Eso sí tendrán que esperar un poco para los capis siguientes porque estoy algo ocupada :)




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Mensaje por Invitado Mar Dic 28, 2010 9:31 pm

Maraton!!! Muchaas grax!!!! El camino de las Sombras - Trilogía El Ángel de la Noche 207942
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Mensaje por Invitado Miér Dic 29, 2010 2:56 am

grax!!!!!!!!!! pamee
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Mensaje por tania_salvatore Miér Dic 29, 2010 3:44 pm

GRACIAS POR LOS CAPIS PAMEE
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