La Temporada- Sarah MacLean

Con diecisiete años de edad, Lady Alexandra es de carácter fuerte y lengua afilada, - en una casa llena de hermanos mayores y sus amigos, tuvo que aprender a sostener su posición. No son los mejoreres ingredientes para una dama de la aristocracia en la Regencia de Londres. Sin embargo, su madre aún sueña con que Alex se case con alguien seguro, respetable y rico. Sin embargo, entre los accesorios de vestidos de gala, bailes y cenas, Alex, junto con sus dos mejores amigas, Ella y Vivi, se las arreglan para meterse en lo que puede ser su mayor lío.

Cuando el conde de Blackmoor es misteriosamente asesinado, Alex decide ayudar a su hijo, el melancólico y endiabladamente guapo Gavin, y descubrir la verdad.

Pero ¿El corazón de Alex será robado en el proceso? En una aventura llena de espionaje, asesinato y otros asuntos clandestinos, ¿Podría haber tiempo para preocuparse por encontrar un marido?

“Con conversaciones inteligentes con el espíritu de Jane Austen, hace de este libro pasar las páginas rápidamente”.
—Publishers Weekly

“La escritora de Nueve Reglas Que Romper Para Conquistar Un Granuja, lo ha vuelto a lograr. Una lectura romántica-histórica, obligatoria”.
—BR Reviews

“La novela se basa en el contexto histórico... Y detalles históricos... sentando las bases de manera convincente. Los personajes de MacLean proporcionan una diversión sin límites, tomando la época sin restricciones, y los lectores que la elijan, se entregaran a una historia de su agrado.”
—Kirkus Reviews

La lluvia caía constantemente sobre las rocas resbaladizas que marcaban el borde del campo de Essex, donde la tierra caía en acantilado hacia el frío mar de invierno.

Su caballo no estaba seguro cabalgando, huyendo a velocidad y en dirección a favor de la tierra firme. El miedo de las criaturas normalmente lo irritaba y lo marcaba para su venta o sacrificio, pero hoy los mojados acantilados le hicieron igualmente cauto. Él no había planeado hacer este viaje hoy en particular. Pero algunas cosas no podían esperar.

Él había recibido palabras por un mensajero temprano por la mañana — la información crítica apuntaba a la posibilidad de que el plan que había puesto en marcha estaba a punto de ponerse en peligro. Alguien estaba decidido a arruinarlo todo... y alguien tenía que ser detenido.

Había hecho todo lo posible para mantener su trabajo en secreto. Pero el conde había descubierto todo de alguna manera. Bueno, no exactamente todo. No sabía qué punto de su precioso condado fue atado en el plan. ¿No sería eso una sorpresa? No podía esperar a ver la mirada de asombro en la cara del conde. Hacía que esta caminata miserable con toda esta lluvia olvidada de Dios, valiera la pena.

Volvió la mirada hacia el océano, donde un barco estaba anclado cerca de los sombríos acantilados de Essexshire. Treinta metros más adelante, el camino se dividía en dos. A la izquierda comenzaba la fuerte bajada al mar. Muy peligroso para un caballo, apenas lo suficiente para un hombre. A la derecha, el paso continuaba a lo largo de la parte superior de los acantilados y, no muy lejos de la división se ofrecía el lugar perfecto para cualquier persona interesada en la observación de los acontecimientos que tendrían lugar a continuación. Aquí, él no iba a encontrar a su presa.

Desmontó justo antes de la separación y dejó su caballo, continuando hacia la derecha a pie. Sin montar, la ventaja de la sorpresa era la suya. A pie, era movido por el instinto. Conocía cada centímetro de estos acantilados, por los que había viajado cientos de veces antes. Ellos le proporcionaron la coartada perfecta para el trabajo que estaba haciendo, al punto de encuentro perfecto para sus socios, y, casualmente, el lugar perfecto para deshacerse de alguien.

El conde por fin había cometido un error. Y ahora tendría que pagar.

“¡Au! ¡Me ha apuñalado!”

La duquesa de Worthington no levantó la vista de su bordado. “Tal vez eso te enseñará a no inquietarte mientras estés en las manos de tu modista.” Ella lanzó una mirada de reojo en la dirección de su hijo menor. “Además, dudo mucho que la señora Fernaud te haya «apuñalado»”.

Lady Alexandra Stafford, hija única del duque y la duquesa de Worthington, exhaló un suspiro y giró los ojos. Se frotó el lugar en su cintura que llevaba la marca de la aguja de la más fina modista de Londres.

“Tal vez no me ha apuñalado, pero sin embargo, resulté herida.” Sin obtener ninguna reacción de su madre o la imperturbable modista, Alex dejó caer los hombros y murmuró: “No entiendo por qué tengo que sufrir este ajuste de todos modos.”

La duquesa continuó con su bordado. “Alexandra, hay un montón de jovencitas que alegremente asumen su posición, de pie sobre la plataforma, ‘sufriendo’ por el montaje de sus vestidos.”

“¿Puedo sugerir a una de ellas en mi lugar?”

“No.”

Alex sabía que ella estaba peleando una batalla perdida. “Yo no lo creo.”

La duquesa de Worthington había estado esperando durante diecisiete años la presentación de su hija, finalmente, en el torbellino social de una temporada en Londres.

Por los últimos tres años, las lecciones diarias de Alex se habían reducido a dar cabida a horas de ridículas tutorías para hacerla más comercial a los hombres solteros que su madre consideraba «Buenas Conquistas» —es decir: con título, rico y completamente aburrido.

El tiempo perfectamente útil del día de Alex se había convertido en un riguroso plan diseñado por su madre, y su institutriz, para tratar de romper todas sus peculiaridades, es decir, nada de Alex que alguien con una pisca de inteligencia pudiera encontrar interesante. Desde ‘Equilibrio y Postura’ que consistía en hacer una inclinación por media hora que era una completa tortura, diseñada para que Alex mantuviera la barbilla y la espalda erguida, a ‘Conversación Adecuada’ una sesión de comedia hecha para ayudar a Alex a entender lo que dicen, y que no decir a varios de los hombres con que se reunirían en el transcurso de su primera temporada, hasta ‘Sutileza de la Danza’ en la que aprendió la contradanza, el vals, el cotillón… y cualquier número de otras danzas que le darían la oportunidad de ‘Parecer Elegante y Encantadora’ mientras que ella practicaba todo lo que había aprendido de la Conversación Adecuada, las lecciones eran una pérdida de tiempo valioso en lo que a Alex se refería.

Desafortunadamente, ella no imaginaba nada que pudiera detener la marcha del Ejército de Napoleón que iba directamente a través de la Sala de Worthington House dirigido por su madre con el propósito de casar a su única hija, y aún así no le extrañaría que la duquesa le preguntara al Capitán de la Guardia Francesa su linaje y su herencia antes de rendirse.

Después de todo, un matrimonio cuidadoso ganaba cosas mucho más importantes que los asuntos de Estado.

Las lecciones le enseñaban a Alex algunas de las reglas de la aristocracia de Londres, sin embargo. Tenía: que fingir estar interesada en los hombres que daban detalles aburridos de los caballos, de la caza y ellos mismos. No tenía: que revelara su inteligencia. Esto último, asustaba evidentemente a caballeros elegibles. Además, de abstenerse de sugerir que los hombres que están buscando mujer deben conocer la diferencia entre el griego y el latín. Ese comentario en particular, enviaba a sus institutrices directo a la histeria.

Sin tener en cuenta las repercusiones, Alex dejó escapar un profundo suspiro, renunció. Y recibió una aguja en la parte de atrás.

“¡Ay!”

Madame Fernaud podía ser considerada la modista más famosa de toda Inglaterra, pero Alex lo sabía mejor. Claramente, la francesa libraba una guerra silenciosa contra sus enemigos británicos llevando a las jóvenes doncellas de Londres a la muerte.

Este era el ajuste final de los más importantes vestidos nuevos de Alex - el que se pondría a su primer baile en Almack, en poco más de una semana. Una aparición en Almack era esencial para cualquier debutante. Aquí, los aristócratas más venerados de Londres –colectivamente referidos como la Tonelada. Les darían una buena mirada a los frescos rostros jóvenes de la temporada. Al igual que el ganado al matadero, pensó Alex para sí misma, con una sola ceja levantada por diversión irónica, la comisura de los labios se levantaron. El símil era muy acertado. Por supuesto, la mayoría de las otras chicas que se unirían a Alex por su presentación en sociedad habían estado soñando con este momento toda su vida. Por desgracia, simplemente, no era de su gusto.

Un tranquilo carraspeo llegó desde la puerta de la habitación y Alex, con cuidado de no moverse mucho por temor a ser ensartada de nuevo, estiró la cabeza para mirar a Eliza, la criada de su madre.

“Disculpe, Su Gracia”, Eliza dirigía sus palabras a la duquesa, mientras que caía en una rápida reverencia. “Lady Alexandra tiene visitantes... Lady Eleanor y Lady Vivian están en sala de la de estar de la planta baja.”

“Gracias a Dios. Estoy salvada”, murmuró Alex en voz baja y bajó la cabeza para darle una mirada suplicante a su madre. “¿Por favor? He estado aquí una eternidad. El vestido tiene que ser perfecto, por ahora.”

Madame Fernaud se retiró de su trabajo y habló por primera vez. “Perfecto es correcto, Mademoiselle.” Se dio la vuelta a la duquesa y dijo: “Et voila. Su Gracia... es una obra maestra... ¿No le parece?”

Alex se abalanzó sobre esa declaración. “Una obra maestra, madre. Más bien creo que no debe quejarse con un tour de force, ¿no?”

La duquesa, siempre perfeccionista, se levantó y dio un lento círculo alrededor de su hija, con reflexión crítica en una costura aquí, un detalle allá. Tras lo que pareció una eternidad, ella levantó la mirada hacia Alex. “Eres hermosa, Alexandra. Vas estar en todos los oídos de la tonelada.”

Alex sabía que había ganado. Su rostro esbozó una amplia sonrisa. “Bueno, con una madre como tú, ¿cómo no iba a hacerlo?”

La duquesa se rió de la adulación descarada de su hija. “Eres excesiva, Alexandra. Saca eso, también.”

Alex se levantó las manos y saltó de la plataforma elevada donde había estado de pie, arrojándose a los brazos de su madre y besando la mejilla de la duquesa. “¡Gracias, mamá!” Alex corrió hacia la puerta, girando a un lado por cortesía, “¡Merci, madame Fernaud! ¡El vestido es simplemente precioso! ¡Oui, c'est magnifique! ¡Gracias!”

Detrás de ella, Su Gracia habló con nadie en particular.

“¿Qué voy a hacer con esa chica?”

Si la señora Fernaud no hubiese estado atrapada en su propia indignación en el trato atroz que sufrió su creación a manos de Alexandra, habría detectado el indicio de la risa en la voz de la duquesa.