I know it's Over - C.K. Kelly Martin

Nathan terminó quedándose con nosotros por cuatro días. Mamá le hizo llamar a su casa y dejar un mensaje sobre dónde estaba, y, al papá de Nate, le tomó tres días devolverle la llamada. Tuvieron una enorme pelea por teléfono, y Nathan dijo que él no iba a pretender ser algo que no era, y colgó. Su papá vino con el auto al día siguiente. Mi mamá puso su brazo alrededor de los hombros de Nathan y le preguntó si al menos, trataría de hablar con su padre. El papá de Nathan tenía sombras oscuras bajo sus ojos, y habló con Nate, a solas, en la cocina. Se fueron juntos, cuarenta y cinco minutos más tarde.
Cuando le pregunté a Nathan qué había pasado, él dijo, —Me dijo que me amaba. Nunca dice eso.
—¿Y qué pasa con sus reglas?
—No lo sé, —me contestó—. Sólo dijo que, lo más importante, es que volviera a casa.
Sasha vino una vez, mientras Nathan estuvo con nosotros. Él le dijo a ella todo lo que me había dicho a mí en el verano, incluyendo lo de Xavier, y ella dijo,
—Ya sabes que todos los chicos realmente atractivos, son problemáticos. —Los dos miraron sugestivamente hacia mí, con sonrisas burlonas en sus caras.
—Cállense, —protesté, sonriendo también.
—Necesitas un buen tipo, —continuó ella—. Los atractivos esperan que caigas a sus pies. Tú tienes que hacer toda la cacería. Y entonces, están las expectativas sexuales. —Me picó, con el dedo, en las costillas.
—Las expectativas sexuales son buenas, —dijo Nathan, con entusiasmo—. Yo tengo expectativas sexuales, —forzó sus rasgos a una expresión seria, y agregó—, con el tipo correcto, por supuesto.
Nos reímos de eso, pero eso todavía se sentía serio. Ver a Sasha con Nate, me hizo darme cuenta de lo moderado que soy. Ella era muy natural con todo ese asunto. Abrazó a Nathan y dijo, —Lamento que esto sea tan difícil, cuando no debería ser nada, —le frotó la espalda—. Todos a los que les importas, estarán bien con eso al final. Incluso tu papá.
Si eso era difícil de imaginar para mí, para Nathan debe ser casi imposible. Pero, tal vez, ella tenía razón. Después de todo, él le dijo a Nathan que lo amaba. El amor te hace cosas extrañas, a veces. Puede obligarte a decir y hacer cosas, de las que sabes que te vas a arrepentir, pero aun así, las haces.
No gasté el dinero de mi papá para sexo seguro. Lo puse en la caja de mi cámara, en el estante superior de mi armario, junto con un paquete de condones, que había comprado al comienzo del verano, cuando pensé que podría pasar con Dani. Incluso, había practicado poner uno, para no ponerme a buscar a tientas, como un idiota, cuando el momento llegara. Sólo que el momento no llegó, no entonces.
Por supuesto, nunca olvidé que los condones estaban allí. Fui consciente de ellos cada vez que Sasha estaba en la habitación, pero nunca los mencioné. No quería que ella pensara que tenía un horario en mi cabeza; quería ser el novio paciente. La mayor parte del tiempo, era sorprendentemente bueno en eso. Mientras más me gustaba, más fácil era.
Era tan hermosa cuando estaba desnuda, que casi dolía mirarla. Algunas veces, me veo a mí mismo tocándola, como si estuviera posado sobre mi propio hombro, y casi no creo que tuviera permitido hacer esas cosas con ella. Algunas veces, me sentía tan afortunado que, el sentimiento casi me descomponía. Entonces, me pregunté si sería porque, esos momentos solos, nunca duraban lo suficiente, si sería porque era como tener una gota de agua cuando te estabas muriendo de sed.
Tal vez, no me sentiría tan desesperado si pudiera tener más, pero no había manera de resolver eso. La vida cotidiana estaba tragándose la mayor parte de mi tiempo, y esos días con Nathan, se llevaron un bocado aún más grande. Sasha y yo hablábamos por teléfono, nos enviábamos mensajes, y nos veíamos cuando podíamos, normalmente en presencia de familiares o amigos. Una vez, el papá de Nathan le dejó tomar prestado el auto, y los cinco –Sasha, Lindsay, Yasmin, Nathan, y yo– fuimos a jugar a los bolos. Yasmin hablaba demasiado alto, y Lindsay seguía llevándose aparte a Sasha, para discutir algún enamoramiento secreto, pero aun así, fue una noche bastante buena.
Todo estaba bastante bien por el momento, excepto que yo todavía estaba desesperado.
Cuando Sasha se detuvo ante mi escritorio, al término de la clase de leyes del miércoles por la tarde, y me preguntó si podía pasar un rato por mi casa, le di una sonrisa radiante como comercial de pasta dental. Nos apresuramos hasta mi casa, después de la escuela, y nos dirigimos derecho a mi dormitorio. Holland llegó a casa cinco minutos después, e hizo sonar Metal a través de sus altavoces. La música estaba tan alta que, probablemente, ella jamás hubiera descubierto que estábamos en la habitación de al lado, pero me levanté, golpeé su puerta, y le dije que nos dejara solos, sólo por si acaso. Para ese entonces, ella estaba acostumbrada a que yo hiciera eso, y sólo asintió, moviendo su cabeza al ritmo de la música.
Sasha y yo nos empezamos a quitar la ropa, el uno al otro. Ella vestía un suéter blanco, con cuello en V color azul, y tenía una bikini azul debajo de los pantalones. Yo ya estaba desbordándome por mis jeans desabrochados, ella deslizó una mano dentro de mis bóxers, y dijo, —¿Cuándo fue la última que hicimos esto? ¿Se siente como si fuera mucho tiempo?
—Nueve días —dije, sumándolos en mi mente mientras bajaba su ropa interior—. Demasiado tiempo.
Sasha sonrió y me acercó de un tirón. —Yo también lo extrañé.
Me sentí tan cerca de ella esa tarde, en mi cama; más cerca de lo que me había sentido con anterioridad. Todo estaba bien entre nosotros. La deseaba tanto que no podía parar de temblar, y sabía que podíamos terminar este sentimiento sin todo eso, como lo habíamos hecho antes, pero no quería hacerlo.
—Tengo condones en el armario, —dije suavemente, pasando mis dedos sobre sus pezones—. ¿Quieres intentarlo?
Los ojos de Sasha se abrieron, grandes. Había luz en mi habitación, y sus pupilas estaban diminutas. —Sabes que, cuando haga eso, será contigo.
—Lo sé. Es sólo que te deseo tanto. Pienso en ti, todo el tiempo. —Descansé mi mano derecha sobre su caja torácica, mi pecho tenso—. No sólo sexualmente, pienso en ti todo el tiempo, ¿sabes? Creo que me estoy volviendo loco.
Sasha se rió, suavemente. Se enderezó y enredó sus dedos en mi cabello.
—Si eso es volverse loco, entonces yo estoy loca también. —Se sentó y deslizó su lengua en mi boca. Pensé que ése era el final de la discusión, pero puso sus manos en mi pecho, y dejó de besarme—. Muy bien, —dijo ella—. Búscalos.
Me levanté y caminé hacia el armario, tratando de no verme shockeado. Supongo que nunca pensé que ella, realmente, diría que sí, no por meses y meses, tal vez más. Rasgué el paquete mientras regresaba a la cama, y estaba por darme la vuelta de nuevo, cuando se me ocurrió que, si íbamos a hacerlo, no debería sentirme tímido por ponerme el codón.
Sasha me observó, mientras lo hacía. Se acostó de nuevo y separó sus piernas, y yo me posicioné entre ellas, deseando haber hecho con Dani, porque entonces no me sentiría tan nervioso. Empujé lentamente dentro de ella. No era sencillo. Ella era realmente estrecha ahí abajo. Jadeó despacio y me miró a los ojos. —¿Quieres que me detenga?
—No. —Ella tenía esa mirada de concentración en su cara, casi como un ceño fruncido.
Empujé más profundo, todavía sintiendo que ella no lo veía con buenos ojos. Entonces, empecé a moverme tan suavemente como pude, pero no lograba disfrutarlo. —Te estoy lastimando, —dije.
—Continúa, —me dijo ella, su voz como vidrio cortante.
Entonces continué, pero no mejoró en nada. Me sentía como si la estuviera torturando, y eso aumentaba la presión por terminar. Pero no pude. No, con ella mirándome así. Todo el mundo sabe que, generalmente, la primera vez no es buena para una chica, pero pensé que estaría bien para mí. La verdad, es que ni siquiera me corrí. Al final, sólo me detuve. Mi erección desapareció en el momento en que tocó el aire, me saqué el condón y miré fijamente a Sasha.
La música aún golpeaba a través de la pared, y yo me sentí vacío. Yo tomé mis ropas del piso, y empecé a ponérmelas de nuevo. Sasha no se movió.
—Sabes que deberías habérmelo dicho, si no querías hacerlo, en realidad, —dije.
—¿De qué estás hablando? —La cara de Sasha se quedó en blanco. Era como si ni siquiera la conociera. Ella podría haber sido, prácticamente, cualquiera.
—Estuviste, simplemente, acostada allí todo el tiempo. Te veías como si lo odiaras.
—¡¿Qué esperabas?! —gritó—. Era mi primera vez.
—Claro, —dije—. Y, obviamente, no estabas metida en ello. Lo arruinaste.
Sasha se sentó en la cama, y entonces lo noté, una mancha de sangre en mis sábanas a rayas. Mi pecho se tensó de nuevo. Apunté hacia allí y dije,
—¿Quieres que te consiga algo?
Sasha miró la mancha. Pensé que iba a decirme lo idiota que estaba siendo, pero musitó, —Supongo que será lo mejor.
Agarré una de las toallitas de Holland del baño y se la alcancé a Sasha. Ella ya tenía puesta su ropa, para entonces, y pasó, rozándome, hacia el baño. Cerré la puerta detrás de ella, y me senté en el borde de la cama, odiándome a mí mismo.
Me echó una mirada cuando volvió a la habitación, esa expresión en blanco escondía lo que sea que estuviera sintiendo. Tendría que haberme disculpado entonces, pero no pude hacerlo; apenas si podía mirarla.
—Mejor me voy, —dijo ella con desgana—. Tu mamá llegará pronto.
—¿Quieres que te acompañe? —pregunté, a pesar que era la última cosa que quería hacer.
—Está bien, —dijo—. Todavía hay luz afuera.
—Está bien. —La acompañé a la puerta principal. Me mató hacerlo. Algunas veces, pienso que debe haber algo realmente malo conmigo. No debería ser tan difícil el disculparse, cuando sabes que estás equivocado. Pero no quería pensar más en eso. Pensé que me sentiría mejor si Sasha no estaba allí parada, al lado mío.
Sí hice una cosa bien. Puse mis manos en sus hombros y besé su frente, antes que se fuera. Luego fui arriba, saqué la sábana inferior de mi cama, y lavé la sangre en el lavamanos. Arrojé la sábana mojada a la parte posterior de mi armario y tomé una nueva del placard del pasillo. Me sentí como un total fugitivo haciéndolo; estaba convencido que Holland aparecería en el pasillo y me haría un interrogatorio, pero ella nunca dejó su habitación.
No sabía qué hacer conmigo mismo, después de eso. Fui abajo e hice zapping por varios canales de TV. Mi estómago gruñó, pero no estaba ni remotamente hambriento. Mantuve mi mano sobre el control remoto. Judge Judy, Dr. Phil, y una antigua repetición de Sabrina, La bruja adolescente, aparecieron ante mis ojos. Era suficiente como para enfermar a cualquiera.
Finalmente, tomé el teléfono y llamé a Keelor. —Hey, —dijo—. ¿Qué hay? —Su voz sonaba igual que siempre, y eso era, exactamente, lo que necesitaba.
—Aburrido, —le dije—. Estoy yendo para allá.
—Genial. Podemos ver el partido. —Cierto. Los Leafs jugaban con los Rangers de Nueva York, a las siete. Había deslizado mi mente en algún lugar, entre perder mi virginidad y acompañar a mi novia hasta la puerta.
Le escribí una nota a mamá, la pegué en la mesa de la cocina, y me fui a parlotear a la casa de Keelor. Su papá abrió la puerta y me envió, directamente, a la habitación de Keelor. Él no ha sido muy amigable conmigo últimamente, y me pregunté si tendría algo que ver con la hierba de Keelor. De hecho, realmente podría usar un poco de eso, justo ahora. En serio, necesitaba relajarme.
—¿Tu papá piensa que soy tu proveedor o algo así? —bromeé.
—No es contigo, —me aseguró Keelor—. Todavía está enojado conmigo. Piensa que estoy a dos pasos de ser un adicto al crack. —Si conocieras a Keelor como yo, te darías cuenta de lo descabellado de ese pensamiento. A Keelor le gusta mantener sus pies sobre la tierra. Ambos cargamos hierba y alcohol—. ¿Te importa si vemos el partido aquí arriba? Estoy intentando mantener un perfil bajo en la casa.
—Seguro. —Conseguimos rebanadas de pizza de Gino, al otro lado de la calle, y nos acomodamos en sus sillones, a ver el juego.
Su papá golpeó la puerta, justo antes que empezara el juego. —¿Van a venir abajo, a verlo en el plasma? —preguntó. El 46 pulgadas del sótano estaba reservado para el hockey, durante la temporada. Toda la familia de Keelor eran grandes hinchas. Su mamá gritaba más fuerte que su papá durante los partidos, y su hermano de doce años jugaba de defensa en la liga Pee Wee.
Me encogí de hombros, dejándole saber a Keelor que era su decisión.
—Claro, todo bien, —dijo.
Debió ser un primer periodo tenso. El portero de primera línea de los Leaf quedó afuera por una lesión en la rodilla, pero su reemplazo los mantuvo firmes en el 0- 0, a pesar de estar fuera de tiro, diez a tres. La mamá de Keelor pensaba que estaba en las tribunas. Chillaba en apoyo, a la pantalla, provocándome un dolor de cabeza masivo. Normalmente, su entusiasmo no me molestaría, pero estaba teniendo problemas en concentrarme. Sasha continuaba saltando en mi cabeza, mirándome como si yo fuera un extraño. Apenas si podía seguir el partido.
Durante el entretiempo me quebré, y le dije a Keelor que necesitaba unos minutos, para hacer una llamada.
—¿Ustedes dos tuvieron una pelea o algo así? —preguntó, evaluando la situación en lo que dura un latido.
—Algo así, —respondí, y salí disparado hacia su habitación.
Traté el celular de Sasha primero, pero no fue ninguna sorpresa cuando no contestó. Tomé una inspiración profunda y marqué el número de sus padres. La Sra. Jasinski contestó y fue a buscar a Sasha. Unos segundos más tarde, estaba de vuelta en la línea, diciendo, —Nick, acaba de empezar su tarea. ¿Puede llamarte más tarde?
—Por supuesto, —dije ansiosamente. No había esperado que Sasha me hablara, en primer lugar, pero aun así, se sentía como una sorpresa. Empecé a explicarle que no estaba en mi casa, pero que Sasha podía encontrarme en mi celular.
—Muy bien, entonces, —dijo su madre—. Quizás tengas noticias suyas más tarde.
Quizás, más tarde. Simplemente eso. Quizás más tarde, quizás no. ¿Hablarías con alguien, que ni siquiera te acompañó a casa después de hacerlo? ¿Qué mierda estaba pensando?
Bajé al sótano y le dije a Keelor que me tenía que ir.
Él se puso de pie, me dio unas palmaditas en el hombro y me llevó fuera de la habitación. —Ella te esperará, Nick. Relájate. Quédate y mira el juego.
—No. —Ya me había decidido—. Tengo que hablar con ella esta noche.
Keelor se apoyó contra la pared y suspiró, como si yo fuera una causa perdida.
—Realmente estás dejando que esta chica te afecte, hombre. ¿No lo ves? Es demasiado, Nick. No estás casado, ¿sabes? Puedes mirar un partido, de vez en cuando.
—No sabes de lo que estás hablando. —Me estaba enojando, y no quería hacerlo. Necesitaba estar calmado cuando hablara con Sasha—. Apenas la veo fuera de la escuela.
—Sí, pero mírate. Estás actuando como si fuera el fin del mundo. Todo el mundo se pelea, Nick, pero tienes que permanecer sereno.
—¿Por qué? —crucé mis brazos—. ¿Por qué tengo que permanecer sereno? ¿Crees que es mejor que nada te importe un carajo?
—¿Quién dijo que nada me importa un carajo? —Dijo en voz alta—. Sólo estoy diciéndolo porque eres tú, y no me gusta verte en problemas. Te has estado comportando diferente desde que empezaste a salir con Sasha. Es como si fueras otro.
—No soy otro, —protesté—. Éste soy yo. —Descrucé los brazos y bajé la voz—. Sé que ella no te agrada, pero a mí sí.
Keelor se separó de la pared, con frustración en sus ojos. —No tiene nada que ver con que ella no me agrade. Simplemente, pienso que a ti te agrada un poquito demasiado.
O, tal vez, yo estuviera haciendo un trabajo de mierda manejándolo.
—Tengo que irme.
—Bien, —dijo Keelor—. Vuelve, si no funciona, o si sí funciona, o lo que sea. Podemos hablar sobre eso. —Irguió su mandíbula mientras sonreía—. Nathan no tiene acaparado todo el mercado, lo sabes.
Le agradecí y me dirigí a la casa de Sasha, con el estómago atascado en mi garganta todo el tiempo. Hubiera sido mucho más fácil disculparme, cuando tuve la oportunidad.
La mamá de Sasha abrió la puerta. —Eres persistente, Nick, —declaró, obviamente sorprendida de verme.
—No voy a quedarme mucho, —prometí—. Sólo necesito hablar con Sasha un minuto.
La Sra. Jasinski miró, vacilante, por encima de su hombro. —Espera aquí. —Desapareció dentro de la casa y la escuché decir—: Él parece disgustado. ¿Están peleados?
Sasha susurró algo en respuesta. Quince paralizantes segundos después, ella vino a la puerta. Tenía el cabello atado en una cola de caballo y vestía la parte de debajo de un pijama y una sudadera negra. —Esto no es bueno, Nick, —dijo, sin aliento—. Mi mamá está haciendo preguntas.
—Lo siento, —le dije—. ¿Puedo entrar?
—Estoy ocupada ahora, —dijo. Olía a sandía, y pensé en ella, regresando a casa a tomar una ducha. Me pregunté si todavía estaba sangrando.
—¿Sólo por unos minutos? No podré dormir esta noche, si no hablo contigo. —Sasha se encogió de hombros, como si eso no le importara—. ¿Estás bien? —continué—. Quiero decir, en mi casa estabas...
—De hecho, me siento como la mierda —Dijo eso con tanta frialdad que, de hecho, me hizo temblar.
—Yo también. ¿Vas a dejarme entrar?
—No quiero hablar, —dijo—. ¿Todavía quieres entrar?
—Todavía quiero entrar.
Caminamos por el pasillo y entramos en la cocina vacía. Estaba tan agradecido de entrar en su casa, que me hizo sentir náuseas. Sasha apartó una de las sillas de la mesa y se sentó, rascando sus piernas cubiertas de tela escocesa. Me senté a su lado, con sudor corriéndome por la parte de atrás de mi cuello, mientras susurraba. —Sasha, realmente lo siento.
—¿Ahora lo sientes? —dijo, su cara en blanco—. Eso no tiene ningún sentido, Nick.
—Sí, lo sé. —Toqué su brazo—. Pero es así. No pude dejar de pensar en ti. ¿Podemos ir afuera? —señalé la puerta corrediza.
Sasha se encogió de hombros y deslizó la puerta, para abrirla. Sus padres, en verdad se preguntarían qué ocurría ahora, pero no me preocupé por eso; tenía que hablar con ella, en privado.
Nos quedamos de pie afuera, mirándonos sin mediar palabras en el cálido resplandor de la cocina. —Eso fue tan malo, como no tienes idea, —dijo ella finalmente, con sus mejillas hinchadas—. Y entonces, me dejaste ir, como si no fuera nada para ti. —Yo hice un gesto de dolor y seguí escuchado—. Yo lo arruiné. Eso fue lo que dijiste.
—Sé que eso no es verdad, —dije con suavidad—. Yo lo arruiné. No sé cuál es mi problema. —La mamá de Sasha nos miraba desde la cocina y se veía disgustada. Probablemente, su papá vendrá en cualquier momento, diciéndonos que volvamos a entrar—. Es sólo que me sentí tan mal antes, como si fuera mi culpa que no hubiera sido nada bueno. Digo, ni siquiera pude terminar. Podría estar todavía allí, esperando. No iba a pasar nunca, y tú… —Tragué aire y me obligué a continuar—. Eres increíble. Todo sobre ti, lo es. La manera en que eres con otras personas. La manera en que eres contigo misma. Simplemente todo, y… —Sasha estaba mirando profundo en mis ojos; yo quería desaparecer—. Era como si yo no fuera lo suficientemente bueno para ti, como si yo fuera la persona equivocada para que hicieras eso. —Me encogí de hombros, sintiéndome desamparado—. Realmente, lo siento.
Sasha pasó sus manos por sus mejillas y su frente se arrugó. —Mira, quería estar contigo porque eres tú. ¿No entiendes eso?
—Desearía poder quitar lo dicho. —Hubiese hecho lo que sea por quitar todo el día y hacer que todo ocurra bien, pero mi cerebro era un bloque de queso campestre. Apenas podía hilar una frase—. Debió haber sido especial, y en vez de eso, me porté como un perdedor. No sé qué más decir. Lo siento.
Nos quedamos parados, allí, en el jardín trasero, mirándonos en silencio, hasta que el Sr. Jasinski abrió la puerta corrediza y asomó su cabeza. —Se está haciendo tarde, —dijo—. Te quiero adentro en cinco minutos, Sasha. —Señaló sus pijamas—. Ni siquiera estás vestida adecuadamente, como para estar afuera.
—Cinco minutos”, dijo ella, obediente. El Sr. Jasinski cerró la puerta y salió de la cocina. Sasha presionó su mano contra su cabeza, y se volvió hacia mí—. Me tengo que ir.
—¿Puedo verte pronto? —pregunté. Ahora me sentía mejor, por dejar salir todo eso, pero no arreglaba algo, precisamente.
—Llámame, ¿OK? Hablaremos de esto. —Dio un paso hacia la puerta, entonces se volvió y tocó mi manga tan delicadamente, que me hizo retroceder—. No sé qué esperabas. Pensé que, lo único importante, es que fuéramos nosotros.
Yo también. ¿Cómo olvidé eso, en primer lugar?